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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3002 - 21 de febrero del 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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"Jazmines en el ojal", editorial La Esfera de los Libros, prólogo de María Dolores Pradera   

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Como evangelios apócrifos de la gracia, siempre hay variantes en la narración de historias famosas del mundo del flamenco. Un mismo sucedido es atribuido unas veces al mítico Cojo Peroche, otras al genial Beni de Cádiz y otras a Vicente Pantoja "Picoco". Como protagonizada por cada uno de los tres monstruos citados he oído aquella historia del flamenco que fue contratado para animar una fiesta en una casa, y que en sus ansias de pegar el mangazo se presentó antes de tiempo, cuando aún no habían llegado ni los invitados ni los restantes artistas del cuadro. La señora, tras recibirlo, le dijo a ese todo terreno que hay en las grandes casas, que es mozo de comedor, chófer, jardinero y lo que haga falta:

-- Juan, enséñele a este señor la casa mientras llegan los otros artistas...

Y allá que fue, no sé si Picoco, Beni o Peroche, por aquellos salones de retratos de Benedito con señoras antiguas en traje de corte, hundiendo deslumbrado sus tacones en las alfombras de la Real Fábrica. El criado le iba explicando los muebles:

-- Este estrado es Luis XIV...

Pasaban a otro salón, y el criado:

-- Esta sillería es Luis XV...

Así, salón tras salón, lo que no era Luis XIV era Luis XV, y, si no, Luis XIII. Hasta que el flamenco, harto ya de tanto mobiliario histórico, para quedar a la altura de las circunstancias, exclamó admirado:

-- ¡Qué pedazos de carpinteros estaban hechos estos Luises...!

Sin que me enseñen salones, un amigo arquitecto me ha descubierto que también tenemos muebles de estilo con nombre de Rey en nuestros días. Me lo ha hecho ver Joaquín Sancho, un arquitecto especializado en casoplones; el autor, entre otras, de la casa de Vittorio y Luchino en la sierra de Cazalla y de la de Curro Romero en el Aljarafe. Hablábamos de ese horror que son los muebles de la sala Vip de la estación de Atocha, ahora cerrada para la ampliación del Ave Madrid-Barcelona. Quien dice la sala Vip de Atocha dice la del aeropuerto de Barcelona. Esos muebles de la modernidad y el progreso hechos conforme a la suprema norma de diseño: que nada sea lo que parece y que nada parezca lo que es. Sillones que parecen cunas de niños chicos, y sillas que parecen rejillas de los respiraderos del Metro. Los supremos ceniceros con vocación de exprimelimones, exprimelimones de diseño también por supuesto. Los sofás que te llevan directamente a la lumbalgia, a cuyo lado un mueble de Ikea te parece tan clásico como si fuera de Loscertales.

Le dije a mi amigo arquitecto que la máxima expresión de estos muebles fueron los sillones presidenciales que hicieron para los Reyes y el Príncipe de Asturias en el acto inaugural de la Expo de 1992 en Sevilla. Unos platillos volantes en forma de sillones. Me dijo:

--Por eso digo que estos muebles son estilo Juan Carlos I. ¿No hay Luis XV y Luis XVI? Pues debemos empezar a llamar a este estilo Juan Carlos I...

Cada mediodía me impresiona el estilo Juan Carlos I cuando veo a Anne Igartiburu presentando su programa en TVE. Le considero un grandísimo mérito a esta hermosa Doris Day en formato XL. No solamente por el interés de su programa, sino por la habilidad de su cuerpo serrano. Ya hay que tener soltura para estar sentada con naturalidad y con sus piernas larguísimas en ese horror de sillón de un solo brazo. Con todo lo alta que es, Anne no llega ni a la mitad del respaldar inmenso de esa especie de silla eléctrica tapizada en rojo con tela mala, mala, mala. Se trata de un sillón de estricto Estilo Juan Carlos I, de la escuela de los que pusieron a los Reyes para inaugurar la Expo 92. Presentar todos los días durante media hora un programa de televisión sentada en ese espantoso sillón es mérito más que suficiente para que le den un premio Ondas. O dos.

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