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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3007 - 28 de marzo del 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Cuando en una película española quieren señalar visualmente que la acción transcurre en un tiempo pasado, sacan en la secuencia, según las épocas, bien un 600 camino de Benidorm con baca abarrotada y suegra a bordo, bien un guardia civil con tricornio, bigote, trinchas amarillas y uniforme de rayadillo como los últimos de Filipinas. Cuando en el cine americano quieren señalar visualmente que la acción transcurre en un tiempo pasado, sacan a alguien fumando. Y te retrotraes inmediatamente a aquella época en que los héroes fumaban en las películas. A Humphrey Bogart lo recordamos con la gabardina de "Casablanca" y un cigarrillo rubio en los labios. Greta Garbo está asociada a una larga y erótica boquilla, en cuyo extremo hay un cigarrillo aromáticamente turco. Eso era antes. Ahora en el cine el cigarrillo no es símbolo de amor y lujo. No identifica al héroe, sino al villano. Salen fumando los malos de la película, para que veamos lo malos que son. Hollywood se ha quitado del tabaco y la imagen del cigarrillo inequívocamente americano ha quedado asociada a lo más abyecto.

Estas leyes no escritas del lenguaje cinematográfico, las acabo de ver claramente formuladas en dos películas en las que he echado la tarde provinciana del fin de semana en vísperas de Oscar. Las dos películas están nominadísimas. La una presenta una hermosura de Reino Unido para uso de anglófilos: la Inglaterra de las casas buenas, buenas, buenas, de la nobleza rural, donde si aquel mueble es maravilloso, el entelado de este cuarto lo es más aún, y nada digo de la biblioteca donde se van los señores solos a fumar y tomar la copa tras la cena. Esta maravilla de casa y de película es "Gosford Park". Como aquella serie televisiva bellísima de "Arriba y abajo", pero con crimen. Y como Robert Altman quiere dejar claro que la acción transcurre en la Inglaterra de entreguerras, todos se pegan unos lotes de fumar bastante importantes. Si el servicio fuma abajo y empalma los cigarrillos unos con otros, más humo echan arriba los señores. No hacía falta que a través de un tarro de mermelada casera supiéramos la fecha de 1931 como referente de la acción. Si la gente bien fumaba como carreteros, es que la acción transcurre hace mucho tiempo. Porque los ingleses, ni señores ni criados, ni arriba ni abajo, fuman ya a efectos cinematográficos.

En la otra película con humo, "Una mente maravillosa", el recurso del cigarrito le sirve a Ron Howard para dar idea del paso del tiempo. La historia del matemático John Forbes Nash Jr. arranca en el estudiantado de la Universidad de Princeton de 1947 y termina en la entrega del premio Nobel en el Harvard de 1994. En la narración se ve cómo va pasando el tiempo conforme los personajes cada vez van fumando menos. Cuando Nash es un estudiante en un colegio mayor de Princeton, recién terminada la II Guerra Mundial, sus compañeros, aunque son personas decentes, fuman en clase, fuman en las salas de estudio, fuman en los bares, fuman en los cuartos de dormir. Pasa luego Nash como investigador a Harvard, y ya en Cambridge, en los laboratorios de Matemáticas del Instituto Tecnológico de Massachusetts, como ha pasado el tiempo, se fuma bastante menos. Casi nada. Y cuando Nash, en su esquizofrenia, se pone a trabajar descifrando claves de la guerra fría para el Pentágono, por descontado que en el Departamento de Defensa ya no se fuma absolutamente nada. En cuanto al final con entrega del premio Nobel, como no sacan a ningún negro encargado de la limpieza, a ningún delincuente que dé el tirón de bolso a una vieja ni a ningún indeseable, sino que todas son personas decentes, de frac y oliendo bien, pues no fuma nadie. Porque ahora en el cine los herederos del mítico cigarrillo de Bogart son exclusivamente los malvados, los villanos, los homicidas, los drogadictos, los traficantes. La gentuza.

El tabaco, objeto cinematográfico arqueológico, como un reloj de humo, marca el paso irreparable del tiempo. Y de las modas. ¡Qué tiempos aquellos en que los buenos de la película fumaban!

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