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              pesar de que me gusta ir por el plan antiguo, tengo y uso correo
              electrónico, el españolizado "emilio", como hemos dado
              aqu� en llamar al que se dice "e-mail" en ese latín de
              nuestros días que es el inglés. El emilio tiene la utilidad de
              la inmediatez, de la economía de su transmisión. Tengo y uso
              también fax, que est� muy bien para que una amiga pase a tu
              mujer el plan de comidas de esa dieta última, con la que de
              verdad se adelgaza y no como otras con la alcachofa o la
              alimentación disociada de los astronautas. Tengo y uso,
              naturalmente, teléfono. Y por el teléfono móvil alguna vez que
              otra envío mensajes cortos, como los chavales. Y aparte de todos
              estos medios para comunicarme con los demás, tengo en las gavetas
              del escritorio preciosas tarjetas y tarjetones como recado de
              escribir, con su membrete. Algunas tienen incluso su historia,
              como las que me encargaron como regalo en la exquisita papelería
              de Tiffany´s y me llegaron directamente desde la Quinta Avenida
              en sus cajas perfectas color turquesa. 
              Pero hay asuntos que no son de correo
              electrónico, ni de fax, ni de teléfono, ni de mensaje del
              móvil. Urgencias sociales que, por la tardanza de los correos
              que, como un pleonasmo, ahora hay que llamar "postales"
              tampoco son de escribir un tarjetón, ponerle un sello de 0,25
              euros con la efigie de Don Juan Carlos y echarlo en el buzón de
              la esquina. Hay asuntos que siguen siendo de telegrama. 
              Desplazado por las nuevas
              mensajerías, el Servicio de Telégrafos ha quedado en
              elegantísima floristería postal. En su carácter ya arcaico y
              ritual, se manda un telegrama como si fueran unas flores. Unas
              flores en un ramo o en un centro, para felicitar a la madre que ha
              tenido un hijo; unas flores como corona fúnebre, para dar el
              pésame a alguien querido, aunque lejano por la distancia. Y un
              telegrama me dispuse a poner a mi amigo Julio Iglesias cuando supe
              de la muerte de su madre, de doña María del Rosario de la Cueva,
              aquella señora madrileña y elegante, siempre cariñosamente
              alejada de la casa de su hijo en Bal Harbour, pero siempre cercana
              al otro lado de la bahía de Miami. Con el telegrama, quería
              reiterarle a Julio ese cariño que tienen por cierto las personas
              que, aunque alejadas, saben que les tenemos ley. 
              Y poniendo el telegrama por teléfono
              me di cuenta de la enorme popularidad de nuestro gran Julio, de la
              cercanía con que lo consideran los españoles. Me pregunt� el
              empleado de Telebén, con rutina de manual, que dónde iba
              dirigido el telegrama, y le dije que a Estados Unidos, Estado de
              Florida: 
              --- La localidad es Bay Harbour
              Islands, código postal 33154. Y la dirección, Kane Concourse
              número tal. 
              Siguiendo la rutina, era como si
              luego recitara: 
              -- ¿Destinatario? 
              -- Julio Iglesias... 
              Cuando el telegrafista de Telebén
              oy� el nombre de Julio, ni rutina, ni libro de normas, ni nada.
              Sali� lo castizo español: 
              -- ¿Pero Julio Iglesias no vive en
              Miami? ¿Cómo se lo manda usted a ese sitio tan raro? 
              -- Es que esa dirección es la parte
              de Miami donde vive Julio... 
              Seguimos. Y entonces vino lo que
              nunca me había ocurrido al poner un telegrama por teléfono. Me
              pregunt� el empleado el texto quería poner. Empec� a dictarlo: 
              -- Enterado triste noticia... 
              No me dej� acabar. Ni reglamento, ni
              secreto de las comunicaciones, ni nada. Al funcionario
              españolísimo le sali� del alma la pregunta, cuando me
              interrumpi� el dictado: 
              -- ¿Qu� le ha pasado a Julio
              Iglesias? 
              -- Que se le ha muerto la madre... 
              -- ¡Vaya por Dios...! 
              En la frialdad de este mundo
              tecnológico de mensajes cortos, aquel antirreglamentario
              "vaya por Dios" era toda una proclamación de
              sentimientos de simpatía por nuestro Julio desde su lejana
              España. Tan cercana siempre para él. 
               
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