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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3040 - 14 de noviembre 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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"Jazmines en el ojal", editorial La Esfera de los Libros, prólogo de María Dolores Pradera   

"JAZMINES EN EL OJAL", nuevo libro de Antonio Burgos

 

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Igual que otros son aficionados a los caballos o al golf, lo mío el hipermercado. Le tengo afición. Una afición baratísima. Por mucho que compres y llenes el carrito hasta la corcha de jamones ibéricos de bellota, nunca te cuesta como tener un barco en Puerto Banús. El hiper es observatorio privilegiado de los gustos, del nivel económico, de las tendencias del consumo. Y para darle a la oreja, no hay lugar mejor. Eso que dicen los políticos que hacen, escuchar al pueblo, es nimiedad comparada con los placeres del oído de quienes frecuentamos las grandes superficies. Allí he comprobado que los personajes de Los Morancos son de verdad, no ficción humorística. En cualquier hipermercado llegas, coges tu carrito, te metes por esas calles y oyes a decenas de Omaítas. Comentando los productos, naturalmente. He estado en el Metropolitan Museum de Nueva York, en el Museo Británico de Londres, en el Getty Museum de Los Angeles. En ninguna de estas pinacotecas he visto nunca a dos visitantes comentar una obra de Tiziano o de Rubens con la intensidad y el conocimiento con que dos marías comparan las excelencias del Colón o del Ariel en la casi museística galería de detergentes del hiper. Cuando voy al hipermercado con Isabel lo compruebo por propia experiencia. Una tarde le dije:

-- ¿Te has fijado que ni cuando estuvimos en la Tate Gallery observabas con tanta atención la fecha de los cuadros de Picasso como miras aquí los minutos del tiempo de cocción de los espaguetis antes de echarlos en el carro?

Pero como asiduo paseante de esas calles de las conservas de pescado, de los suavizantes y de los cartones de leche, tengo bastante mala suerte con los carritos del hipermercado. Debe de ser mi sino. Debo de tener la negra. Cuando un amigo nos invita a almorzar en su club de tenis y llegamos los convidados al control de la entrada, al único a quien el portero le pregunta si es socio es a mi. En la llegada al aeropuerto de Nueva York, en la larga cola del Departamento de Inmigración, el único que no ha rellenado correctamente el formulario de entrada es servidor. Que es obviamente el único que tiene que irse a un mostrador a pedir otro impreso y rellenarlo correctamente, poniéndose, como castigado, de último de la fila. Y por esta sucesión de adversidades, soy el único que nunca, absolutamente nunca, logra tomar un carrito en el hiper con las ruedas en condiciones. Al menos eso creía, como cualquier mortal, hasta que hice mi encuesta particular. Le pregunté a una amiga:

-- Oye, ¿tú consigues coger en el hipermercado un carrito cuyas ruedas funcionen perfectamente?

-- ¡Nunca!

Otra amiga me matizó lo que usted mismo, señora, estará descubriendo ahora:

-- No puede ser cuestión de mala suerte. No es estadísticamente posible que con la cantidad de carritos que hay en la fila de donde los liberamos con la moneda de euro, resulte que ¡siempre! nos toque el que está con las ruedas mal, que lo empujas y se te va para un lado.

Un aficionado a los toros diría que los carritos del hiper se "acuestan" todos: ora por el izquierdo, ora por el derecho. Van a favor de querencia de los quesos cuando quieres ir a los congelados. Absolutamente ingobernables, cualquiera se examinaba de conducir con uno de estos carritos: todos suspendidos. Son los grandes olvidados de las grandes superficies, con las millonadas que transportan a su bordo camino de las cajas. Reforman y adecentan el hiper, lo ponen modernísimo, pero como de los angelitos negros de Machín, nadie se acuerda de renovar los herrumbrosos, sucios, viejos carritos. ¿No han de pasar la ITV los coches con más de cinco años? ¿Por qué no hacen la ITV a los carritos de los hipermercados? Ni uno solo superaría la prueba de alineación de ruedas y de dirección. De otra forma no se explica que sea siempre el nuestro, precisamente el nuestro, ese carrito con el que no hay forma de andar a derechas por entre los repuestos de fregona y los paquetones de pañales de bebé. Si por algo me gusta el comercio electrónico es porque el carrito de hiper de la imagen digital que simboliza la compra por Internet es el único del mundo que tiene las ruedas en perfecto estado de revista y policía.

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