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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3055 -27 de febrero 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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"Jazmines en el ojal", editorial La Esfera de los Libros, prólogo de María Dolores Pradera   

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No hay nada que guste más en España que una moda comercial. Nuestras ciudades se llenan de establecimientos de un tipo u otro según moda. Primero se llevaban las tiendas de electrodomésticos, y todo el mundo puso una, hasta que se arruinaron todas, de tantas como había. Luego, las boutiques; todas las señoras sin nada que hacer y con marido riquito abrieron una tienda de trapos variados. Ahora se llevan mucho los comercios de decoración especializados en listas de boda, o las tiendas de ropa con blancos escaparates copiados de Zara. Se llevan las tiendas de bocadillos en franquicia, las cantinas de comida mexicana, o por lo menos tex-mex. Se llevan los mesones serranos, curiosos mesones serranos de chacinas y embutidos, de lomos ibéricos y de presas y secretos de cerdo, donde todo jamón es de cinco jotas y toda pata es negra; en los mesones serranos, hasta las patas de las sillas son de pata negra, faltaría más, o por menos pasan por tales. Se llevan también, muchísimo, los restaurantes de pescado presuntamente malagueño, que han agotado el léxico marinero a la hora de registrar un nombre. Piense algo relacionado con la mar, el litoral, la pesca o los barcos, sea copo, marea, escollera, espigón, chanquete, cabo, cococha o bajamar, que seguro que encuentra un restaurante con ese nombre.

Y se llevan, pero más que nada, los hoteles con encanto. Los hoteles con encanto son a nuestro tiempo los que los paradores nacionales a los tiempos de nuestros padres. Antes todo alcalde que tenía en el pueblo un antiguo pósito de granos de los diezmos, un castillo medio en ruinas, un viejo convento desamortizado o un cuartel de migueletes de cuando las coplas de "Paco, Paco" de Encarnita Polo, se iba a Madrid a ver al ministro de Información y Turismo para que hicieran allí un parador nacional. Hemos ganado bastante en capacidad de iniciativa. Ahora no es el alcalde del pueblo quien, como antes el parador, quiere hacer un hotel con encanto. Ahora es generalmente el propio dueño del edificio arruinado o en desuso quien acomete la obra para convertir aquello en hotel con encanto. Si es con fondos de la Unión Europea, mejor que mejor; pero tampoco importa si no se hallan, ahí están las cajas de ahorro. Tantos hoteles con encanto se están haciendo en España, que me extrañó el otro día entrar en una caja de ahorros y comprobar que no había ninguna ventanilla donde pusiera: "Aquí se piden los créditos para poner un hotel con encanto".

Todo el que heredó una vieja casona en un pueblo asturiano, o un cortijo andaluz por la parte de Antequera, o un molino a la orilla de un río castellano, o una masía señorial en Cataluña, piensa que el mejor destino que le puede dar es convertirlo en hotel con encanto. Todos piensan lo mismo:

-- Un hotel pequeño, con diez o doce habitaciones...

Pues tacita a tacita, a base de hoteles con encanto de diez o doce habitaciones por barba, aquí debemos de tener ya en cortijos y molinos, en castillos y casas solariegas más capacidad en cuartos de hotel que en el mismísimo Nueva York. Los primeros fueron realmente encantadores. Sorprendía aquello inicialmente tan insólito de que te tomaras el aperitivo en una cuadra, que habían convertido naturalmente en bar, con el pesebre de mostrador y todo, o que te sirvieran el desayuno (bueno, que te lo sirvieras tú mismo, claro) en lo que antes fue el palomar. La repetición de uso ha hecho que los hoteles con encanto hayan perdido mucho de su nombre. Sabes que la suite principal es el cuarto donde durmió Franco una vez que fue de montería a aquellas sierras. Sabes que el bar o bien está en la antigua cuadra, o bien en el antiguo comedor de los criados. Sabes que tu cama probablemente tendrá dosel y que en un rincón del cuarto habrá un palanganero como los antiguos, pero reconvertido a lo mejor en minibar, ¿quién sabe? Lo demás poco importa: que el desayuno sea aceptable, el servicio efectivo y amable, la lavandería rápida y que puedas pedir que te lleven algo caliente al cuarto a las 12 de la noche son fruslerías. Cuanto es el tuétano profesional de un hotel queda supeditado al exotismo del encanto y abandonado en manos de aficionados locales a la hostelería. Razón por la cual muchas veces salimos absolutamente desencantados del hotel con encanto. O encantados de haberlo conocido, para no volver más.

Y a ese amigo que heredó una finca y quiere hacer allí un hotel con encanto, cuando nos pregunta qué nos parece la idea le decimos:

-- Vale, haz un hotel, pero mejor que un hotel con encanto, pon en la puerta un letrero que diga: "Este hotel no tiene encanto ninguno, pero todo funciona perfectamente."


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