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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3066 - 15 de mayo del 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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En la muerte del dibujante Chumy Chumez se ha recordado la gran revista de humor que fue "La Codorniz", que dirigía el olvidado escritor Alvaro de Laiglesia, quien ponía a sus libros títulos tan rompedores y sorprendentes como "Un náufrago en la sopa", "En el cielo no hay almejas" o "Dios le ampare, imbécil". "La Codorniz" se presentaba como "la revista más audaz para el lector más inteligente", en el guiño a la censura de la época, y como no tenía anuncios, lo proclamaba con el lema rimado en una aleluya: "Donde no hay publicidad, resplandece la verdad". Nunca estuve de acuerdo con ese lema. Donde no hay publicidad, es un aburrimiento, y no me remito ya a las cadenas públicas norteamericanas de TV, sino a algo tan cercano como las plataformas por satélite, de pago. La publicidad televisiva forma de tal modo parte de nuestras vidas, que cuando estamos viendo una película sin interrupciones publicitarias en Vía Digital, Canal Satélite o Canal Plus echamos de menos los anuncios. No por nada, sino porque no hay forma de ir al cuarto de baño. Los presentadores de programas piden a la audiencia que no cambie de cadena cuando viene la publicidad, pero el "zapping" de mayor competencia lo hacen otras cadenas: las cadenas de la cisterna del cuarto de baño. Es un alivio poder ir al baño tranquilamente mientras ponen la publicidad, sin que te digan, si no le estás prestando mucha atención a la película:

-- Presta mucha atención, y fíjate si el que robó lo diamantes fue el negro, porque voy un momento al cuarto de baño. Luego me lo cuentas.

¡Qué maravilla, poder ir a la cocina a por un vaso de leche, llamar por teléfono a la abuela o poner la lavadora mientras en el programa favorito salen los anuncios! Sugiero a los creadores publicitarios que igual que ahora ponen eso de que "este programa está patrocinado por Fulanez" inserten en lo sucesivo una imagen de cortinilla que diga: "Fulanez le ha patrocinado esta pausa para que pueda usted ir al baño, señora." Sería como cuando aquella vez, en un cine de Cádiz, fueron El Beni y El Cojo Peroche a ver una película del Oeste, que era una continua ensalada de tiros entre los indios y el Séptimo de Caballería. Le vino un aprieto urunario al Cojo Peroche, y mientras abandonaba la butaca entre tantos tiros de Fort Apache, le dijo a Beni de Cádiz:

-- ¡Beni, cúbreme la retirada, que voy un momento al servicio!

Los anuncios de la televisión son, además, apasionantes por su contenido. Desde que se han creado nuevas técnicas de persuasión publicitaria no coercitivas, son el imperativo "compre", son como peliculitas brevísimas. Los anuncios tienen planteamiento, nudo y desenlace, no en balde están hechos a veces por grandes directores de cine. Me recuerdan lo que dijo una vez el autor teatral Eduardo Marquina al poeta Rafael de León:

-- Rafael, para contar en una obra de teatro lo que tú cuentas en los dos minutos de una copla yo necesito una función de dos horas, con tres actos y a veces hasta necesito un epilogo para terminar de contarla.

Para contar lo que cualquier anuncio de coches o de perfumes en los brevísimos segundos de un "spot", Coppola necesita los ciento diez minutos de una película... de la que al año siguiente a lo mejor tiene que hacer una segunda parte para terminar de contarla. Ese anuncio de la viuda enlutadísima que fue matando a sus sucesivos maridos millonarios hasta matrimoniar con el guaperas joven que acabó quitándole el dinero es toda una película en miniatura. Saben los publicitarios a qué público se dirigen y lo saben cautivar con una historia genialmente contada en imágenes, a veces sin palabras: cine químicamente puro. Con el divertimento añadido de que, además, como no dicen ya imperativamente lo que hay que comprar, como hacía el señor Luque con su tambor de detergente, no sabes lo que anuncian. En casa hasta hacemos apuestas:

-- ¿Qué te pones a que este anuncio es de un perfume?

-- No, parece de un coche...

Luego resulta que es de un frigorífico.

-- Pues este anuncio con ese paisaje de playa tropical seguro que tiene que ser de una agencia de viajes.

-- No, es de un bronceador.

Nada, frío, frío: era de un reloj.

Por eso, en mi elogio de la publicidad, me gustan cada vez más las páginas de anuncios de "¡HOLA!". Al contrario de lo que decía "La Codorniz" de Chumy Chumez, donde hay publicidad es donde resplandece la verdad, no donde no la hay. Donde sí hay publicidad impresa, frente a la moda de las peliculitas de anuncios de la tele que nadie sabe lo que venden, es donde resplandece la verdad. La verdad suprema y clásica de que el anuncio del perfume parece el anuncio del perfume y no de un frigorífico y que el anuncio del reloj parece el anuncio de un reloj y no de un coche.

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