En
                España y en el mundo hay muchas y meritorias ONG,
                Organizaciones No Gubernamentales que se dedican a hacer el bien
                a la Humanidad y a ejercer la solidaridad. Tantas, que no sé si
                estará ya constituida oficialmente una cuyo filantrópico
                altruismo acabo de comprobar una vez más: la de los ópticos.
                Con el sudor del verano se me había roto una de las piezas de
                plástico que recubren las patillas de estas gafas metálicas
                montadas casi al aire que llevamos todos. Cada trozo había
                salido por su lado, y dejaba un reborde roto y cortante, que me
                fastidiaba bastante tras la oreja. Le entoné el "adiós,
                pampa mía" a las gafas, con lo cómodas que eran y lo
                nuevecitas que estaban, hasta que pensé que quizá tendrían
                arreglo. No sé si han advertido que estamos ya en la
                civilización de "usar y tirar": cada vez llevamos
                menos cosas a reparar. Las tiramos y nos compramos nuevo lo que
                se ha roto, hartos de que en los talleres de reparación los
                collares cuesten más que el perro.
                Con este convencimiento me
                acerqué con incredulidad a la óptica del barrio, para ver si
                tenía arreglo aquella "extensión", como me enteré
                que se llama técnicamente esa pieza. La tomó el óptico, me
                dijo que, en efecto, ese plástico se resquebraja y rompe del
                sudor, y que por descontado podía poner un nuevo recubrimiento
                a las patillas de mis amadas gafas.
                -- ¿Y cuándo las tendrá
                usted terminadas?
                Me dijo, para mi asombro:
                -- Ahora mismo, eso no tarda ni
                cinco minutos.
                Fueron apenas tres, al cabo de
                los cuales volvió de su taller de la trastienda, sacó un
                líquido limpiacristales, me dejó las lentes de dulce y me
                colocó las gafas como de estreno con esa destreza con que sólo
                ellos se las ponen a otra persona. Y seguí recluido en lo más
                profundo de mi asombro cuando al preguntar cuánto era, me dio
                la respuesta que ya había oído muchas veces de un óptico en
                semejante trance de socorro altruista:
                -- No, por favor, eso no es
                nada...
                Ni un euro, ni una antigua
                peseta. Ante tanta generosidad, remoloneé cuanto pude antes de
                volver a la óptica con Isabel mi mujer, para que el titular le
                centrara unas gafas Armani que le estaban haciendo daño de lo
                descuadernadas que estaban. Otra vez tomó las gafas, se fue con
                ellas para su trastienda de los prodigios, las puso perfectas, y
                de nuevo cuando le pregunté cuánto era me dio la misma
                respuesta con la misma sonrisa:
                -- No, por favor, no es nada...
                Y pensé que de hoy no pasaba
                tributar este homenaje a los ópticos, por esa ONG que tienen
                montada en cada una de sus oficinas en todo el mundo. Se me ha
                perdido un tornillito de las gafas en San Juan de Puerto Rico y
                el óptico me lo ha puesto cobrándome los mismos honorarios que
                el de mi barrio: nada. Se me han desajustado las frágiles
                piezas de las gafas montadas al aire en Londres y el óptico me
                ha cobrado lo que el de mi barrio: nada. Debe de ser que los
                ópticos tienen esta ONG para hacer el bien a la humanidad miope
                o astígmata en trance de necesidad de ayuda y no lo sabemos.
                Porque son unos auténticos mirlos blancos en su desinteresado
                servicio al público. Se te avería la corona de poner en hora
                el reloj y cuando lo llevas a un taller, primero que lo tienes
                que dejar lo menos quince días y después, que te cobran casi
                tanto como vale tu peluco. No hablo de la señora a la que se le
                rompe el broche del collar y lo lleva al taller de joyería: el
                mes de espera y los cien euros de reparación se los quita
                nadie. Y nada digo de los coches, lo que te cobran en el taller
                por apretar un simple tornillo del limpiaparabrisas que se ha
                desajustado, y lo que te tardan encima.
                No solamente no les damos a los
                ópticos el homenaje que se merecen por su espléndida y
                desinteresada Ayuda en Carretera o en Ciudad, sino que encima
                nadie habla de los "top gafas". Lo explico: aquí
                mucho perseguir la piratería de los discos, pero los manteros
                de las falsificaciones clandestinas te venden en la calle toda
                clase de gafas de sol de imitación de la marca que quieras. Y
                si sólo fueran los manteros... Sin el menor control de un
                óptico titulado, gafas de sol te venden hasta en el
                supermercado de la esquina. O esas horribles lentes para
                autorrecetarse gafas "de vista cansada" que dicen,
                eligiendo a ojo, y nunca mejor dicho, si te vienen mejor de una
                dioptría o de dos. Gafas que luego, encima, cuando se te
                averían, se las llevas al óptico del barrio para que te las
                componga sin que te cobre un ojo de la cara y encima te regale
                una sonrisa en un mundo tan falto de ellas. Como diría el
                recordado Tip: ¿los ópticos? ¡Santos varones!
                También
                sobre Opticos, en El RedCuadro: El tornillito del óptico