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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3086 - 2 de octubre del 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Cuando había servicio y no asistentas por horas, una amiga despidió a la tata interna porque cuando acababa de servir cada plato en la mesa, la pobre, ceremoniosa y con la mejor de sus intenciones, decía lo más refinado que había aprendido en el pueblo:

-- ¡Que aproveche!

En sus esquemas de educación, a mi amiga aquello la sacaba de quicio. Aguantó días y días el "que aproveche", hasta que en un almuerzo ya no pudo más, y respondió, muy enfadada:

-- Mire usted: en esta casa no tiene que aprovechar nada la comida. ¡Ni que estuviéramos en un tren y nos ofreciera usted lo que ha sacado de la talega!

Y le pagó la cuenta y la puso en la calle.

Lo siento por mi amiga, que viaja mucho a París y a Milán, porque pronto, en los aviones de Iberia, se hartará de oír su odiado "que aproveche", en una resurrección del viejo ceremonial de cortesías cuando en los trenes llegaba la hora de comer. Antes del vagón-cafetería y del "catering" del Ave, los trenes eran una maravilla de comunicación humana. En el departamento, a la hora del almuerzo, se organizaba como un "picnic". Cada cual sacaba su talega, su caja de zapatos, su cartera, y casi siempre navaja en mano se disponía a dar cuenta del sabroso viático. Quién sacaba una tortilla de cebolla; quién un chorizo. En aquellos camarotes de los Hermanos Marx no faltaba el par de huevos duros y a veces alguien privilegiado sacaba, oh, maravilla, los ansiados filetes empanados. Antes del Concilio Vaticano II, en aquel departamento del lentísimo ferrocarril de vapor había ya como una comunicación cristiana de bienes... de comer. El de la tortilla nos decía, mostrándonosla:

-- ¿Usted gusta?

-- No, muchas gracias, que aproveche...

-- Ande usted, pruébela, que la ha hecho mi mujer, que es la que mejor hace las tortillas de cebolla del mundo.

Y con la navaja te cortaba un triángulo de tortilla, que te tomabas antes de que en aquel revoltijo de talegas tuvieras que probar el chorizo con pan candeal de pueblo, o no pudieras rechazar un huevo duro o incluso te tocaba en suerte... ¡un filete empanado! Y todo como en un Versalles de pueblo, racialmente refinadísimo: "¿usted gusta?" para arriba y "que aproveche" para abajo.

Gracias a Iberia volverán aquellos ritos. Como en el avión no darán de comer, nos llevaremos el almuerzo de casa. Y aunque a mi amiga le repatee el hígado el "que aproveche", estaremos encantados con el "¿usted gusta?" con que el vecino de asiento nos ofrecerá lo que saque del maletín, trasunto de la hispánica talega de los abuelos, cuando sean las 2 de la tarde y el avión sobrevuele el espacio aéreo de Francia. Para rebajar costos, Iberia no nos dará de comer en los vuelos europeos. El que quiera la comida, que se la pague, aparte del precio del billete. Es decir, que ahora es cuando de verdad vamos a comer a bordo. Porque tomar el "catering" de los aviones no es comer. Es estarse preguntando qué será aquello como de plástico presuntamente al chilindrón, en aquel cuenquito de porcelana sintética. Si espantosa es la comida, más su presentación, con esos vasos y cubiertos de plástico y las misteriosas bolsas de aditivos, que siempre acabas echando azúcar en vez de sal a lo-que-sea-aquello al chilindrón. O donde terminas echándole al café la toallita perfumada para las manos, creyéndote que era el azúcar.

Como el pasaje está preocupadísimo con saber qué demonios es aquello en salsa, cuando sirven la comida a bordo de un avión se hace la mayor de las incomunicaciones. Si el vecino de asiento no nos dirige la palabra ni para disculparse cuando nos pisa al colocar su cartera en el compartimento superior, con la comida por delante está como ausente. Por eso celebro la medida de Iberia por lo que tiene de fomento de la comunicación y el intercambio de sentimientos en ese mundo de solitarios silenciosos que son los aviones. Como no darán de comer en los vuelos europeos, llegará la hora del almuerzo y cada pasajeros sacará lo que trae de casa. Y saldrá nuestra mejor tradición, tan humana, del viejo ferrocarril:

-- ¿Usted gusta un poquito de caña de lomo?

-- No, muchas gracias, que aproveche...

-- Ande usted, pruebe un poquito, que donde esté una buena caña de lomo, que se quite el pata negra...

Será maravilloso volver a comprobar que en los aviones viajan seres humanos, que no sólo te hablan, sino que comparten contigo su comida, te dicen adónde van y para qué, te cuentan su vida y acaban enseñándote las fotos de los niños que llevan en la cartera. Así que, señores de Iberia: ¡que nos aproveche a todos!

 

 

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