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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3100 - 1 de enero del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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En esta España de los hermanos, de los hermanos Machado, de los hermanos Bécquer, de los hermanos Bienvenida, de los hermanos Alvarez Quintero, tenía una imagen borrosa, cuando no distorsionada, de Alvaro de Marichalar. Por decirlo en frase castiza, en lo de "don Jaime, el otro y el de la moto", Alvaro de Marichalar era el de la moto. El de la moto de agua, que había llegado con ella a los pies mismos de la Estatua de la Libertad de Nueva York, tras haber cruzado la ancha mar oceana. Tenía la idea de que Alvaro de Marichalar está loco por las motos de agua. De la misma manera que su hijo, señora, o el mío, lo están por la tabla de vela, que pierden el sentido por ponerse a nevegar con ella cuando en Lanzarote o en Tarifa hay un viento de fuerza 6 o 7, esos levantazos que mantienen cautamente a las flotas pesqueras amarradas a puerto, que es donde en tales casos hay que estar (pensamos nosotros), y no cogiendo olas y dando saltos y tumbos sobre ellas como posesos.

Un libro y una película de Alvaro de Marichalar sobre sus aventuras me han devuelto una imagen exacta de nuestro navegante. Tras asistir a la presentación de su libro "Rumbo al Horizonte Azul" y presenciar la proyección de su película sobre la travesía del Atlántico he empezado a pensar que lo de Alvaro no es simple afán de aventura, sino casi una forma de ver el mundo, una mística del esfuerzo y de la tenacidad en esta vida tan falta de valores que tiene como suprema norma el "todo vale" y el dinero como medida de todas las cosas. Es un místico, al que las monjas carmelitas de Palma de Mallorca le pueden poner una carta en su mismo lenguaje, el encontrar la suprema perfección de Dios en la inmensidad de los mares. No conocí a Cristóbal Colón ni a Juan Sebastián Elcano, pero tras oír al humanísimo Alvaro de Marichalar me daba la impresión de que me habían presentado a uno de nuestros navegantes de las grandes gestas españolas con que comenzó la Edad Moderna. Siempre oímos decir que Colón atravesó una mar desconocida y llegó a América en un cascarón de nuez. Bueno, pues "La Pinta", la menor de las carabelas colombinas, es el "Queen Mary" al lado de la "Numancia", el simbólico nombre de resistencia que Alvaro le puso a su moto de agua. Que es también nombre de una histórica fragata de la lista de nuestra Armada, cuyo lema le cuadra perfectamente al navegante navarro: "Entusiasmo, valor, decisión".

Cuando Alvaro de Marichalar hablaba de su libro y de sus navegaciones, me acordé inmediatamente de otro insólito español, otro descubridor de nuestros días: Miguel de la Quadra Salcedo. Si podía valorar el esfuerzo de Alvaro en la soledad del Atlántico, sobre las olas de un color que nos hace comprender por qué hay un azul al que llaman "marino", era porque yo había navegado con Miguel de la Quadra esa mar, aunque confortablemente a bordo del viejo "J.J.Sister", cuando nos embarcó en uno de los viajes de su Ruta Quetzal, que reproducía uno de los itinerarios de Colón, de Lisboa a las Antillas y la tierra firme del Golfo de México. Mi recuerdo de Miguel de la Quadra no iba descaminado, porque al punto Alvaro de Marichalar se proclamó su admirado discípulo. Los dos, Alvaro y Miguel, se me aparecen ahora como dos descubridores españoles del XVI, de la España de las novelas de Arturo Pérez Reverte, pero en pleno siglo XXI. Tienen la inmensa deportividad de renunciar a los adelantos de nuestro tiempo y volver a lo primigenio del esfuerzo, del reto ante lo desconocido. Un avión hace en apenas siete horas el viaje que Alvaro o Miguel tardan semanas y semanas de riesgo y de esfuerzo en completar. Pero en el avión no se ven las estrellas, como Alvaro y Miguel las ven en la ancha mar. Y mirando a las estrellas desde la alta mar se tiene más cerca, como ellos, la presencia de ese Dios al que los hombres cada día le vuelven más la espalda.

Y es pena que toda esta dimensión ejemplar del esfuerzo de nuestros dos aventureros se quede en la caricatura de una excentricidad temeraria o una extravagancia cultural. Alvaro de Marichalar hizo su arriesgado viaje para llevar el nombre de España por el mundo y para dar un grito a favor de las instituciones que luchan contra la droga. Nada de eso es conocido, borrada su imagen por cuatro caricaturas mediáticas al uso. Esa película de su gesta de cruzar el Atlántico sobre un delfín con motor, "Rumbo al Horizonte Azul", debería ser proyectada a hora de máxima audiencia en las televisiones. En lugar de los habituales modelos de degradación ética y estética para consumo masivo, tendríamos así el testimonio de un navegante que contra viento y marea nos ofrece el insólito mensaje moral del elogio del esfuerzo, la tenacidad, el riesgo, la ilusión, la fe, la esperanza. Todo lo que falta en este tiempo en que los hombres han cubierto de basura la pureza del horizonte azul que creó el Dios que nace en estos días.

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