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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3102 - 15 de enero del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Gracias a las nuevas tecnologías cada día salvamos entre todos un bosque de los países escandinavos. O dos. Porque cada día se usa menos papel físico y real y más papel virtual de los archivos de los ordenadores, que nos traen el periódico a la pantalla de Internet, que nos echan las cartas por debajo de las puertas del programa de correo digital o que archivan toneladas de documentos sin tener que usar un solo folio. El milagro del cambio tecnológico es de tal naturaleza, que estas palabras que está usted leyendo mismo, no han conocido más papel que éste que tiene usted entre las manos, el papel del "¡HOLA!" de esta semana. Las escribí en el procesador de texto del ordenador y sobre la pantalla las corregí y las pulí. Una vez terminado el texto, lo envié por correo electrónico como archivo adjunto a la redacción de la revista. Allí fue abierto ese correo (sin necesidad de abrecartas, sólo con el Outlook o programa semejante de la galaxia de Bill Gates) y, siempre sin tocar papel, mis palabras fueron volcadas en la correspondiente página del sistema de edición digital de la revista. Sin papel se hizo esta página y sin papel entró a formar parte del grueso de este número en el programa de edición, y sin papel enviados todos los (digamos) moldes digitales de la página a la imprenta. Sin cuartilleros, aquellos antiguos empleados de los periódicos que llevaban los originales en papel de las redacciones a los talleres, que traían las pruebas de imprenta. Entre recado de escribir, papel para las galeradas de corrección, las compruebas y las pruebas de página, gracias a la digitalización de las publicaciones, sólo en este artículo hemos salvado por lo menos una ramita hermosa de un árbol frondoso de los bosques de Noruega, que no ha tenido que ser talado para hacer pasta de celulosa y fabricar papel. El primer papel que ha conocido este artículo es precisamente el que tiene usted entre las manos, el de las bobinas de la rotativa en que fue impreso este número.

A nuestros ordenadores tenemos conectada la impresora, pero cada vez la usamos menos, con toda esta maravilla de los envíos a través de la red. Obsérvelo, si usa ordenador: ¿a que cada vez tiene que alimentar más de tarde en tarde a esa impresora que le manda a la pantalla el aviso de que se ha quedado sin papel? Y nada digo de los teléfonos móviles. En estas pasadas fiestas, ¿cuántas toneladas de papel de sobres y de cartulinas de tarjetas de felicitación han ahorrado en todo el mundo esos mensajes cortos SMS que hemos recibido de los amigos deseándonos felices Pascuas y buen año nuevo 2004? Siguen llegando tarjetas de felicitación, pero bastante menos que antes. Cada mensaje SMS ha salvado, por lo menos, la hermosura de tres hojas llenas de vida en los árboles de los bosques nórdicos.

Cuando estaba escribiendo lo que queda arriba, he ido a la cocina a beber un vaso de agua y me he encontrado de pronto con la más cercana realidad del papel, del cada vez menos usado papel. En la encimera, solemnes, grandiosos, ofreciéndonos sus impagables servicios, estaban los tres rollos de papel que, contra los usos de la escritura, cada vez utilizamos más en la vida cotidiana. En cada cocina, esos tres rollos hacen el papel de protagonistas en la película de los trabajos y necesidades de la casa. Me refiero al rollo de papel de cocina, el rollo de papel de aluminio y el rollo de papel transparente. Evoquen por un momento la cocina de la abuela o de la madre, llena de trapos sucísimos, de papelotes de la plaza de abastos, de hojas de estraza de la tienda de comestibles. Cuando no del papel de periódico en que el pescadero envolvía las pescadillas en su puesto. Todo aquel universo mugriento de los trapos y los papelotes ha sido sustituido por la asepsia de los tres rollos mágicos, a los que no se les han rendido el tributo que se merecen. ¿Habrá algo más útil que un rollo de papel de cocina? Sirve para todo, para recoger el agua que se derramó, para quitar las gotas de aceite que saltaron desde la sartén, para limpiar sobre la marcha ese cristal sucio... De su utilidad sabemos cuando se ha acabado el rollo de papel de cocina y no hay uno de repuesto en la despensa. ¡Qué penoso volver a la bayeta! Y nada digo del argénteo papel de aluminio, esplendor de las neveras, higiénico y estético, porque oculta a la vista la desagradable visión de lo que sobró en la cena de anoche y que, envuelto en su metálico cobijo, parece más un regalo que una ropa vieja. Y tampoco ha tenido el homenaje que se merece el tercer rollo estelar, el del papel transparente, celofán interminable de los mil usos del congelador, de la nevera y hasta de las reparaciones domésticas. Ahorremos, pues, papel de escribir, preservemos los bosques nórdicos, a fin de que nunca nos falte el rollo de la cocina.

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