Piensen que viven
en Venecia y se acerca el día de la Regata Histórica. Piensen que
viven en Nueva Orleáns y se acerca el Mardi Grass. Piensen que
viven en Río de Janeiro y se acerca el Carnaval. O sin ir tan
lejos: piensen que viven en Pamplona y viene San Fermín, que viven
en Valencia y vienen las Fallas o que viven en Toledo y se acerca
el Corpus. Así estamos los que vivimos en Sevilla cuando llega,
como ahora, la Feria de Abril. Bueno, de abril... La Feria del
Abril termina en mayo. Por azares del almanaque o de la magia
meridional, en Sevilla ocurren curiosas negaciones de la lógica,
como de libro de los récords: la Feria de abril acaba en mayo; los
seises que bailan ante el Santísimo no son seis, sino diez; el
llamado Pasmo de Triana, el torero Juan Belmonte, no nació en
Triana, sino cerca de la Macarena; un disminuido físico, Enrique
el Cojo, fue maestro del baile flamenco, reconocido por la Unesco.
Sevilla está en la palestra. Aunque vivas en
París o en Nueva York, si eres famoso o popular, millonario o
artista de renombre y no vas a Sevilla, y no te ven por la Feria,
o en los toros, o paseando en un coche de caballos, no eres nadie.
Por lo cual debo presentar excusas a otras ciudades españolas en
nombre de Sevilla. Comprendo que tanta Sevilla y tanta Feria deben
de producir un cierto hartazgo en el resto de España, por el
agravio comparativo. Con todo su valor y su universalidad, las
Fallas de Valencia, las fiestas de San Fermín en Pamplona o el
Carnaval de Tenerife no tienen esta omnipresencia mediática que la
Feria. No de ahora, sino de siempre. Si yo fuera valenciano, me
daría coraje que Jacqueline Kennedy hubiera salido en una portada
histórica de "Life" vestida de amazona, de traje corto campero, a
caballo en la Feria de Sevilla, y no de fallera mayor. Si yo fuera
navarro, me fastidiaría que cuando ponen una foto de Orson Welles
en los toros, aparezca siempre en una barrera de la Maestranza, y
no en un burladero de la plaza que regenta la Casa de Misericordia
y que frecuentó mucho más. Si yo fuera canario, protestaría por el
relumbrón de los famosos en la Feria, cuando no nos enteramos del
desfile de populares que hay en Las Palmas o en Tenerife cuando
cantan las comparsas carnavalescas.
En el pecado de la universalidad de nuestra
fiesta llevamos los sevillanos la penitencia. De las otras fiestas
españolas hablamos con una cierta propiedad. Aunque Valencia,
incomprensiblemente, no tenga tanta repercusión, todos hemos hecho
un curso fallero, y sabemos decir con cierta propiedad "plantá", "mascletá",
"cremá", "nit del foc" o "ninot indultat". No ocurre así con
Sevilla. De momento es como si a las Fallas le dijéramos "la
Falla", porque la Feria de Sevilla, singular y singularísima, es
mentada erróneamente por muchos en plural, como "las" Ferias y no
"la" Feria. Habiendo en sus paseos el más deslumbrante desfile de
coches de caballos, mantenidos y conservados por iniciativa
privada, quizá el más nutrido y valioso parque de vehículos de
época del mundo, a efectos de tópico todo es reducido a "una
calesa". Y en la Feria sólo va en calesa la protagonista de "El
relicario" cuando lo cantaba Sara Montiel, "iba en calesa pidiendo
guerra". En la Feria nadie va en calesa, sino en la riquísima e
impresionante variedad de coches: milord, break, vis a vis, landó,
peter... Llamar "calesa" a las hermosas e históricas carretelas
que mantienen Rocío de la Cámara, Gabriel Rojas o Rafael Alvarez
Colunga es como si redujéramos la "mascletá" al triquitraque y la
llamáramos "petardazo".
Le pasa a la "calesa" y a "las ferias" como a
los dichosos "faralaes" ("volantes" en el DRAE). En Sevilla
sabemos al momento quién no es de aquí si le llama "faralaes" al
traje de flamenca. En mi invitación a Sevilla les ruego que por
favor, no llamen "faralaes" al traje de gitana o de flamenca. Que
por cierto es el único traje regional español que tiene moda, con
el que los gustos cambian cada año y que tiene una autentica
Pasarela Cibeles o Salón Gaudí, con sus diseñadores famosos, como
Lina o Salao. Los trajes de otras regiones se heredan de abuelas a
nietas, pero aquí hay que estrenar uno, o dos, y a la moda, cada
año. Para no dar la nota por fa, por faralaes, la única palabra
que empieza por "fa" propia de Feria es farolillo.
Farolillos bajo los cuales el mundo entero viene
ahora a buscar y a encontrar la alegría, bien ciertamente escaso.
Dicen que el agua es un bien escaso, pero mucho más alegría de
vivir. Bien abundante en estos días en esta ciudad a la que les
invito, tan popular en toda España que, por delicadeza, los que
vivimos en ella tenemos que presentar excusas, como las presento,
ante la grandeza de muchas otras fiestas populares que no tienen
la suerte mediática universal que Sevilla.
Más artículos de Antonio Burgos sobre la Feria de Sevilla