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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3121 - 27 de mayo del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Sin que le hayan enviado tarjetón de invitación, usted, lectora, lector, va asistir a la boda regia desde un lugar estrictamente privilegiado: ante la pantalla del televisor de su casa. Desde el mejor banco de la Almudena no podrá usted verla mejor que desde la butaca de la salita. La boda se celebrará, en efecto, en la Almudena. Sólo a efectos del matrimonio canónico. Celebrarse, celebrarse, lo que se dice celebrarse, la boda no se celebra en la Almudena: se celebra en TV. La Historia ahora ocurre en la TV. El teatro de operaciones de las guerras es el televisor. Y en televisión se celebrará verdaderamente lo que entendemos por la boda del siglo: el gran acontecimiento del Reino, la capital en fiesta, el acontecimiento mediático en sí. El interior de la Almudena, la llegada de los novios, la misa, la homilía del cardenal, la venia real, el "si quiero", son sólo una parte de un todo más amplio. La única parte que podrán ver los asistentes a la Almudena. Pero mucho peor usted desde su casa. Los miembros de las casas reales extranjeras, los jefes de Estado o de Gobierno, los altos dignatarios de la instituciones del Reino, los presidentes autonómicos, los representantes de la política, las academias, la nobleza, la economía, la cultura o las artes tendrán de la boda una visión bastante más reducida que la suya. Nada digo del que le toque detrás de una columna. Supongo que en la Almudena, como en todos los grandes templos, hay unas columnas bastante importantes, y ay, de aquel que tenga su banco precisamente detrás de una de ellas.

Aunque esté usted en la Almudena y no le haya tocado asiento con derecho a columna, verá el altar, verá a los novios, a los Reyes, al cardenal que pronuncia la homilía, verá el rito de arras y anillos, pero se perderá lo mejor: no verá usted a los importantísimos personajes asistentes. Una lectora castiza dirá en este punto:

-- Vamos, que no podrán darle al ojo...

En absoluto. ¿Cómo esos señores tan importantes van a volver la cabeza como unas comadres para ver quién viene por Holanda, y quién por Luxemburgo, y de qué color es el chaqué del Príncipe de Gales y cómo va vestida Fabiola? Al ojo podemos darle, y a discreción, los que estamos fuera de la Almudena. En casita, ojo, no en las calles de Madrid. Sin que yo quiera que disminuya en un ápice el fervor popular de la calle al paso de los novios, quien aguarde el paso del Príncipe y de la ya Princesa de Asturias en el "Letimóvil" verá bastante menos que quien se quede en casita ante la tele. Lo digo por experiencia. Desde un privilegiado balcón de la zapatería infantil familiar de mi hermana Fina Burgos ante la Catedral, contemplé la boda de S.A.R. la Infanta Doña Elena en Sevilla. Desde el balcón apenas vi llegar a los autobuses que dejaban a los invitados que entraban por la puerta de la Asunción, la principal del templo, no a los que lo hacían por otras secundarias. Nos perdimos así a los novios, que entraron por la Puerta de los Palos, justamente por la fachada opuesta a nuestro balcón. ¿Qué vimos en aquel balcón? Pues a la Condesa de Barcelona, en un landó, aplaudida por la calle como la verdadera Reina de los sevillanos que era y pare usted de contar. Y, luego, tras la boda, el paso del cortejo nupcial. Sólo un fugaz instante de caballos y cascabeles tras los coraceros de la Guardia Real, el traje blanco de Doña Elena y la mano de Marichalar saludando.

Donde de verdad vimos bien la boda de la Infanta no fue en el balcón de Catedral, sino dentro de la tienda, en un televisor que previsoramente había instalado Fina mi hermana. Había más gente ante el televisor que en el balcón. Y cuando habían pasado los novios, y los habíamos visto, alguien que había permanecido dentro nos dijo con un cierto recochineo:

-- Pues yo, por la tele, lo he visto mejor que vosotros en el balcón. Pilar Miró ha dado divinamente el coche de caballos...

No quiero mostrar el menor desprecio a los ilustres invitados, pero esté seguro, lector, lectora, que usted, ante el televisor, verá la boda mucho mejor que quien esté en el mejor sitio de la Almudena. Y además, con el don de la ubicuidad de las cámaras: ora viendo a la orquesta, ora al padre de la novia, ora los vestidos de las señoras para comentar, ora dándonos tema de charlita con esto o lo otro. Y, al mismo tiempo, fuera del templo: en el recorrido de los novios, en su llegada a Palacio. El que esté en la Almudena se lo perderá: no podrá ver a la novia dejando el ramo ante la Virgen de Atocha; usted, sí.

Como que quien ocupe el mejor banco de la Almudena, si no se lleva un televisor de bolsillo para seguir el acontecimiento, cuando acabe el acto sabrá de la boda bastante menos que usted. Y nada digo cuando luego compre usted el "¡HOLA!" de la boda...

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