Sin que le hayan
enviado tarjetón de invitación, usted, lectora, lector, va asistir
a la boda regia desde un lugar estrictamente privilegiado: ante la
pantalla del televisor de su casa. Desde el mejor banco de la
Almudena no podrá usted verla mejor que desde la butaca de la
salita. La boda se celebrará, en efecto, en la Almudena. Sólo a
efectos del matrimonio canónico. Celebrarse, celebrarse, lo que se
dice celebrarse, la boda no se celebra en la Almudena: se celebra
en TV. La Historia ahora ocurre en la TV. El teatro de operaciones
de las guerras es el televisor. Y en televisión se celebrará
verdaderamente lo que entendemos por la boda del siglo: el gran
acontecimiento del Reino, la capital en fiesta, el acontecimiento
mediático en sí. El interior de la Almudena, la llegada de los
novios, la misa, la homilía del cardenal, la venia real, el "si
quiero", son sólo una parte de un todo más amplio. La única parte
que podrán ver los asistentes a la Almudena. Pero mucho peor usted
desde su casa. Los miembros de las casas reales extranjeras, los
jefes de Estado o de Gobierno, los altos dignatarios de la
instituciones del Reino, los presidentes autonómicos, los
representantes de la política, las academias, la nobleza, la
economía, la cultura o las artes tendrán de la boda una visión
bastante más reducida que la suya. Nada digo del que le toque
detrás de una columna. Supongo que en la Almudena, como en todos
los grandes templos, hay unas columnas bastante importantes, y ay,
de aquel que tenga su banco precisamente detrás de una de ellas.
Aunque esté usted en la Almudena y no le haya
tocado asiento con derecho a columna, verá el altar, verá a los
novios, a los Reyes, al cardenal que pronuncia la homilía, verá el
rito de arras y anillos, pero se perderá lo mejor: no verá usted a
los importantísimos personajes asistentes. Una lectora castiza
dirá en este punto:
-- Vamos, que no podrán darle al ojo...
En absoluto. ¿Cómo esos señores tan importantes
van a volver la cabeza como unas comadres para ver quién viene por
Holanda, y quién por Luxemburgo, y de qué color es el chaqué del
Príncipe de Gales y cómo va vestida Fabiola? Al ojo podemos darle,
y a discreción, los que estamos fuera de la Almudena. En casita,
ojo, no en las calles de Madrid. Sin que yo quiera que disminuya
en un ápice el fervor popular de la calle al paso de los novios,
quien aguarde el paso del Príncipe y de la ya Princesa de Asturias
en el "Letimóvil" verá bastante menos que quien se quede en casita
ante la tele. Lo digo por experiencia. Desde un privilegiado
balcón de la zapatería infantil familiar de mi hermana Fina Burgos
ante la Catedral, contemplé la boda de S.A.R. la Infanta Doña
Elena en Sevilla. Desde el balcón apenas vi llegar a los autobuses
que dejaban a los invitados que entraban por la puerta de la
Asunción, la principal del templo, no a los que lo hacían por
otras secundarias. Nos perdimos así a los novios, que entraron por
la Puerta de los Palos, justamente por la fachada opuesta a
nuestro balcón. ¿Qué vimos en aquel balcón? Pues a la Condesa de
Barcelona, en un landó, aplaudida por la calle como la verdadera
Reina de los sevillanos que era y pare usted de contar. Y, luego,
tras la boda, el paso del cortejo nupcial. Sólo un fugaz instante
de caballos y cascabeles tras los coraceros de la Guardia Real, el
traje blanco de Doña Elena y la mano de Marichalar saludando.
Donde de verdad vimos bien la boda de la Infanta
no fue en el balcón de Catedral, sino dentro de la tienda, en un
televisor que previsoramente había instalado Fina mi hermana.
Había más gente ante el televisor que en el balcón. Y cuando
habían pasado los novios, y los habíamos visto, alguien que había
permanecido dentro nos dijo con un cierto recochineo:
-- Pues yo, por la tele, lo he visto mejor que
vosotros en el balcón. Pilar Miró ha dado divinamente el coche de
caballos...
No quiero mostrar el menor desprecio a los
ilustres invitados, pero esté seguro, lector, lectora, que usted,
ante el televisor, verá la boda mucho mejor que quien esté en el
mejor sitio de la Almudena. Y además, con el don de la ubicuidad
de las cámaras: ora viendo a la orquesta, ora al padre de la
novia, ora los vestidos de las señoras para comentar, ora dándonos
tema de charlita con esto o lo otro. Y, al mismo tiempo, fuera del
templo: en el recorrido de los novios, en su llegada a Palacio. El
que esté en la Almudena se lo perderá: no podrá ver a la novia
dejando el ramo ante la Virgen de Atocha; usted, sí.
Como que quien ocupe el mejor banco de la
Almudena, si no se lleva un televisor de bolsillo para seguir el
acontecimiento, cuando acabe el acto sabrá de la boda bastante
menos que usted. Y nada digo cuando luego compre usted el "¡HOLA!"
de la boda...