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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3124 - 17 de junio del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Las Naciones Unidas tienen establecido una especie de santoral laico cuyas fechas, a diferencia del año cristiano, casi nadie sabe. Todo el mundo sabe cuándo es San José, la Virgen del Carmen, San Antonio, el día de la Merced. En cambio nadie sabe cuándo es el Día del Niño, el Día de la Inmigración, del Corazón o de los Lípidos y Triglicéridos, que probablemente lo hay. Piense el asunto más insólito o curioso, y seguro que tiene su día. Tienen su día la Secretaria, el Abuelo, el Medio Ambiente, el Agua, el Tabaco. En los periódicos y en las radios dan el santoral del día en letra pequeña o lectura muy rápida: "La Iglesia celebra hoy la festividad de los santos Eutropio, Eucomio y Eucominio, Eufrasio y Euristeo"... Esos santos de nombres extrañísimos, con resonancias griegas, que en la realidad sólo llevan los personajes castellanos de las novelas de Miguel Delibes. Esos mismos periódicos y emisoras que apenas honran a los santos del día, hacen verdaderos alardes con las fechas del calendario civil. Publican en torno al corazón, al tabaco, al medio ambiente o al ahorro páginas y páginas, entrevistas y reportajes, editoriales contundentes, documentadísimas tribunas de opinión de expertos que bajo su firma ponen deslumbrantes títulos académicos.

Echo en falta un día. Urge que la ONU o, en su defecto, el Gobierno del Reino de España, o las Cortes Generales, o el Defensor del Pueblo, alguien, por favor, establezca cuanto antes ese día: el Día del Aire. No me refiero al que respiramos, a uno de los cuatro elementos de los filósofos de la antigüedad clásica. No pido un Día del Aire como otro de la Tierra, otro del Fuego y otro del Agua, para que no se enfaden ninguno de los cuatro elementos. Pido urgentemente un Día del Aire con adjetivo. Un aire confortable, que nos da calidad para una vida más agradable. Pido que la humanidad, o por lo menos España, celebren el Día del Aire Acondicionado. No ahora, con estas calores, sino a su debido tiempo: en febrero. Lo explico.

Todos, desgraciadamente, acabamos de celebrar a la fuerza el Día del Aire Acondicionado. El actual y triste Día del Aire Acondicionado. Ha venido la sofocante ola de las primeras calores, en casa no se podía parar, Isabel nos ha dicho que pongamos el aire acondicionado y le hemos tenido que hacer la misma confesión terrible y apocalíptica de todos los años:

-- Siento decirte que el aire acondicionado está roto, porque lo he puesto y no enfría nada... Nada más que da ventilación.

Este anual panegírico de las perdidas excelencias del aire acondicionado que, ay, otra vez se descacharró, tiene también su jaculatoria anual, cuando nos dicen:

-- Eso es que otra vez se le ha ido el gas. Llama al mecánico, a ver si puede venir esta misma tarde a recargarlo.

En ese mismo instante, en toda España, sudorosos, con las alfombras del salón echando efluvios de vaho calenturiento como las arenas del Sahara, algo así como 1,498.045 ciudadanos que acaban de descubrir que el aire acondicionado está roto hacen exactamente como usted: llamar con gritos de auxilio al mecánico para que venga urgentemente a recargar el gas. Echan también humo, comunicando y venga a comunicar, los teléfonos de los talleres de aire acondicionado, los servicios de 24 horas de las páginas amarillas. Horas y horas tarda usted hasta que, ¡por fin!, algún mecánico descuelga. Manitas milagroso que le dice:

-- ¿Hoy qué es, jueves, no? Bueno, pues a ver si el lunes podemos pasarnos por su casa, porque no vea usted la cantidad de avisos que tenemos con esta hora de calor. ¡Claro, como no lo revisan ustedes a su debido tiempo!

¡Eso, y encima la bronca! Bajo el calor insoportable, que te sofoca más cuando oyes mil historias de ciudadanos o empresas en tu mismo trance. Ese colegio que tuvo que suspender las clases, porque estaba roto el aire acondicionado cuando lo pusieron. Esa oficina donde tienen que trabajar en camiseta, porque el aire, ay, estaba roto. El quirófano donde han tenido que operar a 37 grados, con el aire averoado.

Todo esto se solucionaría si en febrero, cuando los fríos traicioneros, cuando los mecánicos no tuvieran un solo aviso de reparación, celebráramos sin agobios de averías el Día del Aire Acondicionado. El día en que obligatoriamente tendríamos que ponerlo en marcha con vistas al verano, para recargarlo de gas con tiempo, sin apreturas de mecánicos, o para sustituir ese compresor que siempre se ha fastidiado durante el invierno, Sudando si hay que sudar, echamos ahora en falta ese día, esperando al mecánico que no viene hasta el lunes. Sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena y del aire acondicionado cuando, ay, comprobamos que se le ha ido el gas. Y con estas calores...

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