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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3131 - 5 de agosto del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Vivo en una ciudad interior de España, si bien a orillas del último tramo del único río navegable de la península. Y salgo en estos días a la calle y el paisaje humano de su escenario urbano me hace dudar muy seriamente de su situación geográfica. ¿Habrán traído hasta aquí el mar y Sevilla tiene ya playa? Veo por la calle a todo el mundo vestido como para ir a bañarse en el mar. Muchachos y muchachas en camisetas sin mangas, en colores amarillo y verde, con un letrero al pecho que pone "Brasil". Me inquieta la misma duda que probablemente a usted: ¿por qué esta invasión futbolístico-brasileña en los cada vez más zarrapastrosos atuendos de verano? ¿Quién ha puesto de acuerdo a todos los chavales para que se alineen, al menos en su equipación uniformada, en la selección nacional de fútbol del Brasil?

Pero esta duda pasa pronto. Porque veo a muchísima gente en bañador. Y si no en bañador, en pantalones cortos tipo Capitán Tapioca o Ruta Quetzal, con muchos bolsillos, infinidad de bolsillos por todos lados. O en las que se llamaban bermudas y más antiguamente aún "shorts". Y en toda clase de camisetas, con tirantas, sin tirantas, con las mangas cortadas, con las mangas por cortar. Y en cuanto al calzado, llevar unos deportivos debe de ser ya tan elegante y exclusivo como ir con unos zapatos de charol del frac de Fred Astaire, porque todo el mundo va fundamentalmente con una de estas dos cosas: o con chanclas, o con chancletas.

Por todo lo cual me pregunto, viendo a la gente en atuendo playero ir a tomar el autobús, entrar a los grandes almacenes, salir del hipermercado: ¿es que dentro de los planes de modernización de España han traído el mar hasta mi ciudad, en una especie de Plan Hidrológico sin plantas desaladoras, ahora tenemos playa y yo no me he enterado, y por esto va todo el mundo vestido como antes para echar el día a la orilla del mar y bajo la sombrilla en Benidorm o en Ibiza?

Me voy a fuente autorizada y compruebo que no. El preámbulo geográfico del Anuario Estadístico de España me dice que España sigue teniendo en la península 3.904 kilómetros de costa, más los 910 kilómetros de Baleares y los 1.126 kilómetros de Canarias, así como los bordes litorales de las ciudades autonómicos de Ceuta y Melilla. Pero esto es oficialmente, según la geografía. Según la moda, esta costumbre de ir en atuendo playero que se extiende a todas las ciudades en esta España urbana en chanclas y en bañador, cada capital, cada pueblo debe de tener ya sus buenos 100 kilómetros de costa. De otra manera no se explica que en pleno centro de ciudades tan del interior como Córdoba, Badajoz, Salamanca, Orense, Albacete o Ciudad Real la gente vaya ahora vestida de tal forma que sólo les falta la sombrilla y la nevera, la tumbona plegable y el cubito de arena para los juegos de los niños. Antes, así, sólo vestían los turistas, que no aguantaban los calores y las calores de España y se ponían para visitar Toledo y El Escorial como en sus naciones para ir a la playa en Brighton o en Long Beach.

Es como si las dos mil playas propiamente dichas que hay en España se hubieran multiplicado por mil, y hubiera doscientas mil playas, una por cada pueblo. No, no se trata de las piscinas municipales, de los parques acuáticos. La gente va vestida de playa no para bañarse, sino para su actividad cotidiana, para ir a la compra o para acudir al trabajo. La vendedora del gran almacén a la que usted ve perfectamente uniformada cuando le atiende en la sección de perfumería donde le vende ese bronceador con factor 60 de protección que se compra para su veraneo, en cuanto termine su jornada laboral, irá al vestuario, se quitará falda y blusa y se pondrá una camiseta que le dejará el ombligo fuera, unos shorts y unas chancletas. Una camiseta de la selección del Brasil, obviamente, faltaría más. Admirado don Florentino Pérez: tráigase usted por un pastón a David Beckham para la venta de camisetas, y encuéntrese con que el público comprador prefiere la equipación del combinado carioca antes que la elástica del Real Madrid...

Esta moda playera llega hasta a los últimos reductos de exigencias indumentarias, vencidos y derrotados por la ola de mugre y chancleta cutre que nos invade. Francesco de Perlac, uno de los personajes simbólicos de la Costa del Sol, se acaba de jubilar como director del hotel Don Pepe de Marbella, a cuyo frente ha estado 33 años. Entrevistado por la prensa malagueña en su despedida, le han preguntado por las actuales exigencias de etiqueta para poder entrar a ese refinado hotel marbellí. Y cómo estará la cosa de degradada en los atuendos habituales, que una persona tan exquisita y refinada como Perlac tuvo que reconocer: "Dejamos pasar a los clientes mientras lleven algo en los pies". En aquella antigua Marbella del esmoquin blanco a la hora de la cena no me imaginaba yo que iba a acabar oyendo al conde de Perlac hacer el elogio de la chancleta. En esta España de secano vestida como para ir a la de playa, es como si los que se resisten a ponerse la camiseta del Brasil dijeran, en plan chiste de la Virgen de Fátima: "Por lo menos en chancletas, Virgen de Fátima, por lo menos en chancletas..."

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