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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3146 - 18 de noviembre del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Si Larra fue el mejor articulista español del siglo XIX, Pemán lo fue del XX. Puede contarse la Historia en los dos folios de un artículo mejor y con más claridad que en todo un tratado de siete tomos. Es lo que hacía Pemán: tomar la anécdota de un pequeño detalle, de una novedad, de un uso social, de una moda, pasarla por un culturón impresionante y una gracia literaria única, y alambicarla en una radiografía de nuestro tiempo.

Recuerdo lo que escribió Pemán cuando llegó a Cádiz la televisión. Televisión en blanco y negro, de una sola cadena, como un partido único de las 365 líneas. Todo el mundo se compró un televisor a plazos en Créditos Rucas o iba a la peña o al teleclub a ver el programa de Franz Johan, los partidos de fútbol y las corridas de toros que retransmitía Matías Prats. Pemán tenía unas tías solteronas y mayores como esas tías solteronas y mayores que todos tenemos. Unas viejas ricas, por decirlo en título de una histórica chirigota del Carnaval. Y una tarde que fue a visitarlas, les preguntó si, como la ciudad toda, se iban a comprar un televisor. Le dijeron, muy señoronas, como indignadas por la obviedad de la pregunta:

-- ¿Nosotras comprarnos un televisor? ¿Para que se nos llene la salita de gente que no conocemos de nada y que no nos ha presentado nadie?

Me he acordado de las tías ricas de Pemán, a cuyo magisterio debo el presente artículo, cuando mi hijo Fernando, que vive en Suiza, donde trabaja como director de proyectos en las nuevas tecnologías telefónicas, nos ha traído el juguetito electrónico que es la máxima novedad y supongo que será el regalo de moda para las próximas Pascuas de Navidad y Reyes: el móvil de tercera generación, a través del cual se pueden establecer videollamadas. Otros las llaman videoconferencias, con lo cual se rescata una palabra perdida en los usos de la telefonía: conferencia. Toda llamada interurbana era antes una conferencia. La conferencia nos daba a todos una prisa especial, por el costo de sus pasos de contador:

-- ¡Mamá, corre, que es conferencia!

Ahora, en la videoconferencia o videollamada, nos ven y vemos. Es como un escaparate abierto al mundo desde el teléfono móvil. Fernando nos ha dejado el teléfono de la novedad. Lo de tercera generación me suena a que es como el nieto de aquel teléfono negro de pared que había en casa de nuestros padres. Cuando Fernando nos llama desde Zurich, dirige la cámara del teléfono hacia la terraza y no tenemos que preguntarle por el tiempo que hace. Vemos directamente la nieve, ojú, qué frío, o el sol, qué maravilla, sobre el jardín de su casa. Y por supuesto que lo vemos a él y a su mujer, y a la nieta, para que se nos caiga la videobaba de abuelazos, y hasta podemos comprobar cómo le están preparando a Ana su biberón. No tiene que hacernos la pregunta clásica de los teléfonos móviles cuando nos llaman:

-- ¿Puedes hablar?

Porque me ve directamente si estoy en pijama, ya para acostarme, o si estoy con el traje oscuro, listo para salir hacia ese compromiso del acto social o cultural que todos tenemos todos los días a las ocho de la tarde. A mi vez, veo como está, si tiene el pelo más corto:

-- ¿Te has pelado, no?

Una maravilla o un terror, según se mire. Todos los que nos preguntaban si podíamos hablar para respetar nuestra intimidad o nuestras obligaciones entrarán ahora a saco en ellas. En las próximas fiestas de Navidad, todos estaremos con el telefonito de la videollamada como los niños a quienes los Reyes les trajeron un gualquitalqui de juguete:

-- ¿Me ves bien? Pues yo a ti te veo perfectamente...

Como en todos estos inventos al principio, por la videollamada solamente diremos tonterías acerca del propio cacharro en sí, deslumbrados por el avance. Pero tendrá muchos objetores. Como mi suegra Ignacita, que aunque cordobesa de Pueblonuevo, me ha resultado personaje gaditano de Pemán. Como las tías del televisor pemaniano. Fernando, todo ilusionado, cuando su abuela estaba viendo el invento, le dijo:

-- Abuela, pues en el próximo viaje te traigo un teléfono de éstos para ti. Y así cuando te llame nos podemos ver...

Desde su infinita coquetería femenina, rechazó muy digna el regalo:

-- Sí, para que cuando no haya podido ir a la peluquería me veas toda despeinada. No, hijo, no: mejor que me llames por el teléfono de siempre, que así nunca me pillarás en bata ni despeinada.

Supongo que en el marketing de la telefonía de tercera generación habrán contado con el eterno de la coquetería femenina para las videollamadas. Son teléfonos para hombres, que nos da igual cómo nos vean, no para señoras que no quieren que las vean así, sin pintarse, ni peinarse, ni vestirse. La solución será que tal como ahora dan llamadas gratis por los nuevos teléfonos que se compran, por los de videollamadas den a las señoras bonos para la peluquería. A fin de que siempre que las llamen no solamente puedan hablar, sino que salgan como son: guapísimas. ¡La cantidad de gente que no conocemos de nada que se nos va a meter en la salita con las videollamadas, y yo con estos pelos!

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