Hay artículos de Antonio Burgos que, aparte de otros valores, deberían
declararse de utilidad pública por el modo en que ayudan a entender de dónde venimos y,
por eso, algo de lo que somos. Son artículos que está recogiendo en libros como Mirando al Mar Soñé y el recién
aparecido Reloj, no marques las horas (Planeta)., Con voluntad de que constituyan
un mosaico de la memoria de un tiempo y de un país que lo más jóvenes no conocieron y
apenas deben entender: "Muchos de los artículos que escribo para un tipo de papel
tienen voluntad de acabar en otro papel más duradero. Mi propósito es continuar con esta
serie si es que obtiene el favor de los lectores", dice el escritor. Habrá pues un
tercero y también con título de bolero.
La memoria que rescata Antonio Burgos es personal, pero también
colectiva. Quiere decirse que algunas de las cosas narradas fueron vividas exactamente
así por él, y otras las ha recogido de una tradición viva. Pero todas son reales, todas
enfrentan al lector con lo que él mismo vivió.
Entre las primeras, está la experiencia de ir a esperar a su novia a la
salida del colegio de ésta, junto con otros muchachos entre los que destacaba uno llamado
Felipe, cuyo apellido nadie tenía muy claro (resultó ser González) y al que las chicas
llamaban El Feo Maravilloso, porque
era feo pero resultón, interesante: "Eso era justamente así. Colegio del Santo
Angel, Sevilla, cursos del 61 al 63. Yo, en los primeros cursos de Filosofía y Letras;
él, en alguno superior de Derecho. Su novia, Conchita Romero, no tenía nada que ver con
Carmen Romero. Y se contaba entonces que su noviazgo no cuajó porque ella era muy de
izquierdas para él, ella estaba en los círculos de Agustín García Calvo".
Así son los recuerdos que rescata Antonio Burgos. A veces, muy precisos.
Pero muchas otras, lo que predomina es el ambiente, el aroma, ya lo hemos dicho, de un
tiempo y un país. Aunque todo sucediera en un microcosmos sevillano. Pero es que Antonio
Burgos aprendió muy pronto (de Delibes, sin ir más lejos) que se podía ser universal
sin salir de la propia provincia. Y allí sigue; convencido de que en una ciudad como
Sevilla queda más vida que en Madrid, sobreviven todavía arquetipos cervantinos que son
pozos de sabiduría viviente, como personajes de Pemán; pero también de que en la
periferia, como dicen sus amigos Victorio y Lucchino, hay que pagar un IVA que es el AVE:
"El centralismo cultural sigue funcionando", dice él.
Igual que funciona --servidumbres de la fama-- un reduccionismo que le
convierte a uno en articulista olvidando los libros que ha publicado, y luego en "ese
señor que sale por televisión", olvidando todos sus artículos. "Claro que
peor sería no ser reconocido de ninguna manera", precisa.
El articulismo diario, decía Alfonso Sánchez, era la última forma
tolerada de esclavitud. En ella está Burgos, a quien le gusta decir artículo y no esa
modernez de "la columna", que, además de ser un raro neologismo, le recuerda a
él, sevillano hasta las cachas, la Cofradía de la Columna y Azotes. Artículos, pues.
Muchos de los suyos son de lujo.
Angel VIVAS