El Mundo de Andalucía 

Martes, 11 de abril del 2000

 

Apología de la esencia

 

Por Gonzalo ARGOTE 

 

He tardado mucho en leer el libro de Antonio Burgos Curro Romero, la esencia. La tardanza, no solo ha sido por haber andado azacaneado en quehaceres inaplazables, sino, sobre todo, porque no es libro para darse un atracón. Lo he leído morosamente, acotándolo, a lápiz para no estropearlo. Cuando algún párrafo me entusiasmaba, lo leía en alto para hacer partícipes del gozo a los que estaban a mi alrededor. Rumiaba algunos conceptos, verdaderamente ingeniosos e inéditos en el lenguaje taurino: por ejemplo, torear arrebujao; es tan expresivo, se entiende tan bien que no hace falta explicarlo. No he visto, sin embargo, utilizarlo nunca ni a Sobaquillo ni a Don Modesto, ni a Clarito, ni a Corrochano, ni a Cañabate, ni a Selipe…". Otrosí: "Lo que le pasa a Curro es que cuando torea, los avíos, toro y torero to va a la vez". Imposible expresar con mayor justeza que es el temple.

El libro trasciende de la literatura taurina, aunque también es un libro de toros. Retorciendo un tanto la similitud cabe entroncarlo en un genero que tiene ilustres precedentes en esa bibliografía: Lo que confiesan los toreros de López Pinillos y, sobre todo, Juan Belmonte, matador de toros, de Chaves Nogales. La solera de éste no es óbice para sostener que el de Burgos me parece más meritorio y va a ser, si es que no lo es ya, un libro clásico del que podemos predicar lo mismo que Josefina Carabias del de Chaves: "…su mérito consistía no solamente en su autenticidad y en el brillo de la figura del protagonista, sino, sobre todo, en el talento del gran periodista que lo había escrito."

 ¿Por qué relaciona Burgos a Curro con la esencia? No es desde luego por aquello del tarro de las esencias que no le hace mucha gracia a Curro. No creo que fuera a él al primero que se lo dedicaran. Pienso que antes se lo dijeron a Pepe Luís, que supongo que tampoco le gustaría, y el autor sería alguno de aquellos cronistas cursis que cuando toreaba el de San Bernardo decían que derramaba el perfume de todas las flores del Parque de María Luisa. Y a lo mejor lo decían después de que se había embraguetado en seis excelsos naturales. Por eso, Burgos utiliza en su libro el término la esencia, aplicado a Curro, en sentido ontológico: el ser del toreo como paradigma de la verdad y de la belleza. En ese tipo de toreo antes de pensar en la estética hay que recordar el protagonismo de la femoral.

El libro es también un reflejo fidelísimo de una etapa de nuestra historia reciente que ojalá nunca más se vuelva a repetir: la postguerra. La injusticia social como protagonista, la dignidad de la pobreza,  la permeabilidad social como excepción en los toreros (A Curro le enseñan las cuatro reglas hospedado en el Hotel Wellington, de cinco estrellas). Felizmente enjaretados el cante y el toreo. (Curro interrumpe su faena en La Maestranza para escuchar a Manolo Caracol quejarse por seguiriyas, emocionado al ver con que torería le andaba el de Camas a un toro fuera de feria). O la emoción de Camarón cuando se rompía cantando para él solo, "que es como se canta y se torea y se hacen las cosas de verdad". Tantas y tantas cosas que contiene el libro tan emocionantes, tan auténticas, tan fascinantes como el toreo  de Curro y  la pluma de Antonio. Es como el breviario. Todos los días un poquito.