Diario de Sevilla

15  de mayo del 2000

 Curro Romero, de cabal y oro

Por Antonio Hernández

 

A Picoco, uno de los Pantoja, le dijo un día Felipe Campuzano que le diera cuarenta duros a un portero de discoteca, y le contestó: "Veinte duros no se los doy yo ni a Iríbar". Picoco, que siempre estaba con Curro Romero en lo de su primo Rafael Pantoja, un bar restaurante llamado Los Borrachos de Velázquez en homenaje al cuadro del pintor sevillano y porque estaba en esa calle de Madrid, le alegraba las pajarillas al torero con cosas de ésas, aunque ésa precisamente no se la cuenta a Antonio Burgos en la gloria de libro que han escrito al alimón, Curro Romero, la esencia, y que es como un recordatorio de la última Andalucía clásica y andante, la que va del campo a la taberna y de la taberna a la plaza de toros vestida de limpio y con los zapatos más brillantes que los sombreros de charol de los civiles.

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Doña Concepción Arenal, que nunca fue a Sevilla o al Puerto a ver los toros como Antonio Vargas Heredia, disparó con el hierro que dispararon todos los regeneracionistas sobre la llamada Fiesta Nacional: "En la plaza hay una fiera, pero no es el toro, sino el público". Y lo más probable es que de haber visto una de las muchas corridas de Curro con el petardazo por enseña, hubiera caído en que su víctima no lo era solamente el bicho sino también el torero. Pero en el libro aludido, que es un libro de suavidades y de una melancólica elegancia, lo de menos son las broncas que han cimentado tanto como su toreo la fama de Curro y se impone una filosofía seca que tampoco tiene que ver con Séneca y su tópico andaluz sino que nos descubre una espiritualidad radiante que humaniza el campo y hace de una sola familia a las cosas bellas de distintas especies.

Curro Romero es un panteísta que no sabe que lo es, pero para eso, como Belmonte a su Chaves Nogales, ha encontrado a su Antonio Burgos, para que se entere. No recuerdo quién decía que la suerte de Aquiles fue encontrar a Homero. Romero ha encontrado a Burgos y esa circunstancia hace que no sólo quede para la historia su duende mitologizado y sus espantadas colosales, sino también el retrato hondo de su alma milagrosa que le transciende en lentificada hermosura a la muñeca de prodigio. En corto y por derecho la faena de Burgos, conteniéndose, y sin abusar de esas revoleras de la escuela sevillana, ajenas a la propia e instransferible del camero, pero que jalonan, si no su carrera, su biografía. Como aquella inolvidable para el arte menor de la gracia anónima en que, tras el mitin y ya en retirada Curro con la espada y la cabeza gachas, alguien le gritó: "El año que viene va a venir a verte tu puñetera madre... Y yo también".