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El Mundo de Andalucía, sábado 4 de enero de 1997

Antonio Burgos

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Litri, el Rey Negro de la oreja blanca

 

Nuestro Rey Mago entonces también era el Negro. Melchor y Gaspar eran dos señores que iban por allí delante, como chóferes blancos de un gran señor de Harlem. El importante era Baltasar. Pasaba como en el Domund, que significaba Domingo Mundial (de la Propagación de la Fe), fue la primera sigla con que nos familiarizamos, ésa y Renfe: Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles. Todo era nacional y de España. Como Radio Nacional de España. Como lo que ponía en el locutorio de Telefónica, CTNE: Compañía Telefónica Nacional de España.

Con el Rey Negro pasaba como con el Domund. Cuando en el colegio llegaba el Domingo del Domund y organizaban echarse a la calle para salvar a los infieles y a los paganos a base de pedirles a nuestras tías monedas de a perra gorda (un duro de ahora) y de a perra chica (una peseta de ahora), e incluso de a real, como aquellas con el escudo de la Falange y un agujerito enmedio (clarísimo que cinco duros de ahora), había huchas multirraciales, que diríamos hoy. Huchas de grandes jefes indios como los que mataba Gregory Peck en las películas del cine Becquer y aplaudíamos todos, toma ya, mientras iban cayendo con sus caballos marrones con lunares blancos, los jefes indios siempre tenían caballos píos como el que paseaba El Guajiro por plena calle Tetuán, entre los tranvías, delante de aquellos espejos del Britz donde se encampanó el toro que se escapó de la estación de San Bernardo y anduvo por todo el centro. Había huchas de chinos completamente chinos de rata amarilla de las películas del cine Becquer con avión de los buenos que ametrallaba poblado con pagoda de las ratas amarillas, y nosotros venga a aplaudir. La hucha del chino del Domund era siempre como el jefe de los chinos de la película, el que tenía la coleta larga, larga, larga, pero después resulta que era el más hijo de la gran puta de todos, porque se quería cargar a Gregory Peck con un cuchillo, menos mal que nosotros lo avisábamos, sin dejar de comer pipas:

--- ¡ Que viene el chino!

Y entonces Gregory Peck, pum, pum, le descerrajaba el cargador de su pistola de oficial del glorioso Ejército de los Estados Unidos al chino malo que tenía cara de hucha del Domund. Por eso nadie quería la hucha del chino. Todos queríamos la hucha del negro. Que era como Baltasar, pero en clase de pobre. Baltasar era fastuoso. Yo no sé qué tenía Baltasar, que dijeran lo que dijeran nuestros padres, seguíamos creyendo en su infinito poder. Nos decían:

--- Niños, a ver si no pedimos muchas cosas este año, que los Reyes vienen muy pobres...

Sabíamos que eso podía ser de los tres Reyes en comandita, pero no de Baltasar. Baltasar nunca nos dejó en la estacada. Pensábamos especialmente en Baltasar cuando ya había pasado la cabalgata con su algarabía de chirimías de los Regulares de Tetuán, y con sus caballos, y con el heraldo que llevaba una bombillita en el turbante y que nos parecía joya del cofre del tesoro de la cueva que buscaba Stewart Granger en las Minas del Rey Salomón. Había pasado la cabalgata, nos mandaban a la cama diciendo que los Reyes, como cogieran a alguno levantado, no dejaban nada cuando treparan los balcones con sus largas escaleras. Antes, con cuánta ternura, nuestra madre dejaba encima de la mesa del comedor tres copitas, un año de Marie Brizard, el otro de pipermín, lo que hubiera, que entonces nunca había nada, y tres polvorones de flecos de papel de seda, tres, uno para cada uno, para que los Reyes no se pelearan, como nosotros, por un polvorón de más o de menos. Entonces era cuando pensábamos en Baltasar. Si maravilloso era que los Reyes nos trajeran los juguetes, no menos maravilloso era que los Reyes Magos llegaran hasta el comedor de la casa, hasta el cuadro en metal de la Macarena, hasta el aparador del cristal roto, hasta la mesita donde estaban los tres tomos del Diccionario Enciclopédico Sopena y la Radio Marconi por donde oíamos Cabalgata Fin de Semana.

Por eso el niño que fui nunca le perdonará la que me hizo el que hacía las veces de Rey Negro aquella noche del barrio del Arenal, porque los Reyes entonces venían por el Arenal, salían de la plaza de toros. Seguramente el que digo era un torero. Los Reyes Negros siempre eran toreros, que si Manolo González, que si Litri. ¿Sería El Litri? Me pica la curiosidad. Tomo de la biblioteca un libro de Nicolás Salas con nuestra lista de los Reyes Godos, que es la lista de los Reyes Magos de la Cabalgata y echo las cuentas. En 1952 pasé del colegio de la Doctrina Cristiana a los Jesuitas. Estaba todavía en el colegio de la calle Guzmán el Bueno, aquel que olía todas las mañanas al pan calentito del Horno de Santa Cruz. Tenía que ser la cabalgata de 1949, 1950, 1951... ¿Quiénes fueron Baltasar aquellos años? En 1949, Manolo González. En 1950, Litri. En 1951, Alfredo Jiménez. Así que o Litri, o Manolo González, o Alfredo Jiménez. Yo creo que fue El Litri, Yo creo que dejé de creer en Baltasar por culpa del Litri, Lo que es el subconsciente. A mí nunca me gustó el toreo del Litri. Entre Aparicio y El Litri, me quedaba siempre con Aparicio cuando lo veía en El Ruedo o en el Dígame. El Litri era aquella noche el Rey Negro tirando caramelos. Yo me fijé que Baltasar tenía la cara como el betún, sí, pero una oreja completamente blanca. Se me cayeron los palos del sombrajo de la ilusión. Tenían razón los picardeados del colegio. Todo era mentira. Sentí el coraje que sentimos todos al saber que los Reyes eran los padres. (Fue, sin embargo, sólo durante unos años. Ahora creo firmemente que el Rey Negro existe. Es mi madre, que le sigue poniendo en la memoria una copita de pipermín junto al cristal roto del aparador. Un año de éstos que ya no vengan pobres, hasta me traerá por fin el tren eléctrico.)


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