"Era rubia como el
trigo a la salida del sol..." Lo dijo Rafael de León en el hermoso verso de una
sevillana, y no seremos precisamente nosotros quienes nos atrevamos a contradecir a quien,
aparte del mejor poeta popular español de todo el siglo, era Marqués del Valle de la
Reina y Conde de Gómara, monárquico hasta los florones y las perlas de sus coronas
nobiliarias y más sevillano que los naranjos en flor. Así que digamos que era rubia como
el trigo a la salida del sol, y que era inglesa, pero no inglesa de cualquier manera: era
bastante inglesa, inglesa por los cuatro costados, Battemberg puro. La Reina más guapa
que ha tenido España, mejorando las presentes...
-- Y sin mejorarlas, Burgos, y
sin mejorarlas...
Bueno, pues eso. La Reina más
guapa que ha tenido España. Anda que Don Alfonso XIII elegía malamente a las novias en
la Corte de San Jaime, entre las descendientes de la Reina Victoria... Doña Victoria
Eugenia era en verdad la Reina Castiza. A los efectos de Madrid, la Reina Castiza es
Isabel II, por obra y gracia de la farsa histórica y la licencia literaria de Valle
Inclán. A los efectos de Sevilla, la Reina Castiza no es otra que Doña Victoria Eugenia.
Que, además, era más guapa que Isabel II durmiendo, y no se le conocían batallas de
amor en campos de pluma con capitanes de alabarderos y otras debilidades de la carne,
¿sería por carne de la oronda Isabelona? Comparanza hecha, advertimos la enorme
arbitrariedad de Sevilla para quienes se acercan a ella como amantes. Isabel II vino una
vez por aquí de visita, a ver la fábrica de loza de la Cartuja con un extranjero, Mister
Pickmann, y a cosas de cofradías, de la Hermandad de Montserrat, movida por su cuñado el
Duque de Montpensier, que era muy populista, y por su hermana la Infanta Doña María
Luisa, que era muy beatona. Pero Isabel I hizo en Sevilla lo que se dice una entrada por
una salida. Una entrada, eso sí, con arcos triunfales en la calle de Gradas y una salida
a escobazos cuando la Revolución del 68, a la que cuentan que no era ajeno el cuñadito
de la hermandad de Montserrat y de La Carretería.
Bueno, pues viniendo a Sevilla
de visita, en plan Infanta Doña Elena, a Isabel II hasta le dedicaron el nombre de un
puente. Y no un puente cualquiera, no el Puente de Tablas o el Puente de San Bernardo,
sino el puente de Triana nada menos. Y en cambio a Doña Victoria Eugenia, que se pasó el
primer tercio del siglo XX que voy y que vengo de Madrid a Sevilla y de Palacio al
Alcázar, no le dedicaron ni una mala plazoleta. Un grupo escolar es lo más que llegó a
merecer en la difícil Sevilla, que se entrega a los que llegan a pintar la mona a su
costa, como Isabel II, y desprecia a los que de verdad la aman, como la Reina Victoria. La
cual tuvo tan mala pata con Sevilla, que cuando le iban a dedicar un teatro, plas, vino la
República y le pusieron Coliseo España, que era un cine con nombre de acorazado de la
Armada.
El mérito de Doña Victoria
es que, por inglesa, no le gustaban los toros, y el mismo día de su boda con Don Alfonso,
hala, allá que estaba por la tarde, en una corrida en la plaza de Madrid, y no como
otras... Vamos a quitarnos las caretas, que estamos en Feria y no en Carnaval. Doña
Victoria era tan extranjera como Doña Sofía, pero iba a los toros, y venía a la Feria.
Para ir a la fiesta nacional las princesas extranjeras que se casan con un Rey de España,
cogen y se ponen unas gafas de sol, y cuando hay sangre, pues cierran los ojos y nadie las
ve. Pero no se olvidan que son Reinas de España y no de Merimée. Doña Victoria, en
cuanto llegaba la primavera, sabía que en Madrid no se le había perdido nada, y cogía
el portante y la media manta de la Corte y se venía con Don Alfonso XIII a Sevilla. Al
Alcázar. ¿Qué mejor Corte que el Palacio Real más antiguo de Occidente y que la
primavera más hermosa del mundo? Y eso Doña Victoria, aunque fuese tan extranjera como
Doña Sofía, lo sabía divinamente. Y se ponía de mantilla negra el Jueves Santo y se
iba a los palcos de la Plaza, y se ponía de mantilla blanca el martes de feria y se iba
al otro palco de la otra plaza, la de los toros, y por las mañanas, se vestía de amazona
y paseaba por la feria, como lo que era: como una señora.
--- Y no como otras...
Pues dice usted bien, mi
querido amigo, y no como otras, que ésta es la hora en que la está esperando un recinto
de fiesta que tiene Sevilla que se llama precisamente Real. Claro, que si en vez del Real
de la Feria fuese el Republicano de la Feria, el que estaba aquí todos los años para
meterse a los republicanos en el bolsillo era el esposo de la Reina con un clavel y un
sombrero de alancha, vamos que si estaba...
Cuanto le ocurrió a Doña
Victoria Eugenia con Sevilla es que faltaron pintores para pintarla. De haber estado por
aquí Velázquez en vez de irse a trepar a Madrid, a la Corte de Felipe IV, seguro que la
hubiera pintado de amazona, como con sus gafas de ver la verdad de la Historia nos han
hecho comprender Idígoras y Pachi.
Sobre la Feria, en "Memoria de
Andalucía"
Besteiro
en la feria de Sevilla de 1933
Verdadera biografía falsa de Pepe el Escocés(I)
Verdadera biografía falsa de Pepe el Escocés(y II)
Indice
de anteriores capítulos de "Memoria de Andalucía"