El Recuadro

El Mundo de Andalucía, viernes 6 de febrero de 1998

Úrculo y los chirimbolos

 

Si siempre daban miedo por la noche las calles del centro de Sevilla, ahora, tras lo de Alberto y Ascen, dan pánico. Pasar a las nueve de la noche por la calle Francos, de Lanas Pareja a Los Madrileños, es ver más rejas que en Harlem. Esa sucesión de rejas, candados, cierres, barras de hierro, persianas metálicas, cancelas corredizas sobrecoge el ánimo, de modo que cuando va uno a la altura de la corsetería que por el Corpus pone espigas junto a los sostenes de tallas grandes y a las fajas para domeñar michelines, te preguntas:

--- ¿Por dónde vendrá el navajero que me la va a dar? ¿Por detrás por la espalda, por Chapineros, o vendrá de ahí delante, por San Isidoro?

Nuestras calles están corrigiendo el poema de Manuel Machado. Nuestras calles ya no son nuestras calles ni unas calles cualesquiera camino de cualquier parte, sino que son, por las noche, el reino del canguelo. Y desierta como boca de lobo o subasta de cuadros de escenas sevillanas en Sothebys estaba la calle Chicarreros cuando íbamos a la inauguración en la Caja de la exposición de Eduardo Úrculo, imagen de una generación, los escaparates de Padilla Crespo y de Maquedano hechos arte del sombrero, como un homenaje póstumo a los chapeítos ingleses de recortadas alas gachas que se ponía Rafael Martín Vázquez para ir marcando sus andares toreros del Puente de San Telmo al José Luis de la plaza de Cuba. Úrculo le ha puesto imágenes de recuerdos a todo un tiempo, y tenemos siempre que unirlo al recuerdo de los carteles de aquella gran aventura intelectual que fue la Menéndez Pelayo de Curri Roldán. Entre La Magdalena y la Casa de los Pinelo, Úrculo pinta desolaciones, sueños, quimeras, recuerdos, encuentros, ausencias, un mundo sin rostros, con paisajes del alma, con mares, con torres gemelas de Nueva York, con sillones de mimbre vacíos, con cámaras de fotógrafos de baby y cubito de revelado que están permanentemente retratando la luz de un atardecer en su Asturias, en su Montaña, en su Santurce. Allí estaba su Homenaje a Mark Rotthko que ha servido de portada a mi libro Mirando al mar soñé, que se lo dije:

--- Si el libro va por su tercera edición, no es por mis textos. La gente lo compra por tu portada, Eduardo. Cualquier cosa, llevarse a casa un Úrculo auténtico por menos de cuatrocientos duros...

Hablaba Soledad Becerril en la inauguración acerca de estos sentimientos colectivos que los cuadros y las esculturas de Úrculo nos despiertan, y era confortante que el reinicio de la vida pública municipal, después de los tristes y hondos días de la ciudad tocada y hundida por el asesinato de Jiménez Becerril, fuera con la esperanza de las obras de arte, de la cultura, de los cuadros de un demócrata como Úrculo, que fue rojo de todas las nostalgias y que sigue siendo defensor de todas las libertades. Y habló luego Úrculo a los periódicos, y dijo algo que la presentadora de su exposición debe considerar seriamente: "Hay artistas que amparados en la modernidad plantan en la vía pública obras que atentan contra la seguridad del ciudadano, llenas de aristas y agresivas". Ay, Eduardo Úrculo, cuánto chirimbolo se coloca en nombre del arte del mobiliario urbano... Tenías que haber visto la Plaza Nueva de nuestros dolores, Eduardo, que habrías cargado más la mano todavía. En los días de la ciudad tocado y hundida, todas las televisiones sacaron en primer término el horrible quiosco de los Cicerones en pleno centro de la Plaza Nueva, un puestecillo colorado horrible, que parece un mingitorio o una caseta de perro con pretensiones. Sevilla dolida y dolorida y allí enmedio aquella arista agresiva a la vista del puestecillo colorado... Y al lado, puestos de uralita, impresentables para el centro de esta tan gran ciudad. Hacer visualmente más limpia la ciudad también sería una buena forma de homenaje póstumo al sevillano que aún seguimos recordando y recordaremos por mucho tiempo...


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