Por
Onda Giralda, que es verdaderamente la nuestra sin que nos cueste un duro, y que
defiende con mayor dignidad andaluz lo que la que ronea tanto de ello (por aquí, mira
cómo se me queda el dedo, todos los locutores hablan castellano), anuncian, o están
echando ya, un programa que se llama Nostalgias de la Expo. Oportuno programa, que
hará con los sevillanos al menos un tratamiento sintomático de una epidemia que sufrimos
hace por lo menos cinco años, sin que ningún doctor Repeto ni ningún doctor Frontela la
haya diagnosticado: el síndrome de abstinencia de Expo. En palabras vulgares, el mono
de Expo. Juan Manuel Albendea, en los días triunfales, estaba entre el escasísimo grupo
de los pesimistas, por cuanto traía leído que las ciudades contra las que perpetran una
exposición universal, al término del certamen sufren una gran depresión no sólo
económica, sino anímica. Que se quedan tristes, encerradas en sí mismas, como
colectivamente apesadumbradas. Nada de aquello ha ocurrido. El sevillano se echó a la
calle, sí, cuando la Expo. Pero es que todavía no ha entrado... El sevillano quedó
encantado con todas las judiadas que le hizo Jacinto Pellón, engloriado con la Isla de la
Cartuja y lo que quiere es más de lo mismo. Cualquier actividad se convierte en un remedo
de la Expo, en un recuerdo de la Expo. Esta ciudad a la que le encanta vivir de nostalgias
pasadas ha encontrado en lo más inmediato de su historia la constante de su actitud de
adicción al espejo retrovisor. Antes mirar al futuro era mirar al progreso. Ahora, mirar
al progreso es mirar al pasado de la Expo. El futuro, como siempre, no es lo que iba a
ser. Aquello no ha servido más que para dejar el Ave en Santa Justa y los jaramagos hasta
las rodillas en la Cartuja. Pero todos encantados. De qué millonada se gastaron unos
señores de fuera y de qué comisiones se llevaron unos señores de dentro, ni se piensa:
--- Déjalo, ¿y lo bien que
lo pasamos? Mira, en el pabellón de...
Mi abuela Tomasa se pasó
media vida contándonos las tacitas de Caldo Maggi tan buenas que daban gratis en la
Exposición Iberoamericana, y sobre la mesa de camilla de su piso del Retiro Obrero estaba
siempre reluciente el cobre de un cenicero del Pabellón de Chile. La ciudad entera está
con los recuerdos del 92 como estaba mi abuela Tomasa con los recuerdos del 29. Han
cambiado los números, pero sigue la misma invariante castiza de la añoranza de los
esplendores pasados. Aquí lo que iba a ser el futuro, cual la Exposición Universal, lo
hemos ya incorporado al legado común, al gazpacho incluso folklórico, del pasado.
Ahora, Lisboa. Como Onda
Giralda pone ese programa, Maribel Moreno de la Cova y nueve señoras más han alquilado
un microbús y se van como locas a Lisboa. ¿A ver la Exposición? Eso dicen. Yo creo que
van a lo que no confiesan: a quitarse el mono de la Expo. A comparar aquello con
esto, como comparábamos a BCN con SVQ en bodas de Infantas. Aún no se ha inaugurado la
Expo de Lisboa, aún no ha salido ese microbús, pero ya sé lo que vendrá contando
Maribel con su vídeo:
--- Aquello no tiene ni punto
de comparaciòn con la nuestra; aquello, hablando mal y pronto, es una birria...
Ha quedado un espíritu Expo
que contrarresta el mono. Las obras de Heliópolis son como si el Betis estuviera
construyendo el Pabellón que no tuvo el 92. Eso de platillo volante que dice
Lopera refiriéndose al campo es realmente la descripción de un pabellón de la Expo.
(Inciso: ¿está derribando Pavón el campo del Betis? Porque si no lo está derribando
Pavón, ni eso es un derribo ni eso es ná...) Quien se está quitando muy a gusto
su mono de Expo es el arzobispo-no-cardenal de Sevilla. Para él, la Magna Hispalense no
ha terminado, con esa sucesión de logotipos, ruedas de prensa, anagramas, restauraciones
y campaneos que me trae. Llegaban las campanas y la gente estaba engloriada viéndolas,
novelereando. Lo dice Onda Giralda:Nostalgias de la Expo.