Eso de que se vio la copla es una frase hecha que a veces se encarna
en la realidad. Se ve la copla cuando suena, soberana y antigua, la voz de Concha Piquer
en una placa, sector reconstituido de la tecnología digital. Cuando una mujer la canta a
su hijo el mismo cantar que su madre a ella de niña le decaía. La historia del corazón
a veces es una copla para dormirse en los mismos sueños. En los versos de la hermosura de
la memoria siempre se ve la copla.
Claro que hay otras formas de verse la copla. Cuando del
Tribunal Supremo estaba saliendo la horterada de la chaqueta blanca de Bacigalupo se
estaba viendo la copla de que quien tuvo, retuvo, y que Polanco sigue cantando la misma
letra del Tempranillo: "El Rey mandará en el llano/que en la sierra mando yo".
Y estos jueces tan magníficos compañeros y tan extraordinarias personas, la letra de la
seguiriya gitana: "Desgraciadito el que come/el pan por manita ajena/siempre mirando
a la cara/si la pone mala o buena".
Pero la copla que quiero ver ahora es la que se ha
contemplado en mi pueblo en la flor de los cantares propiamente dichos. Se han visto dos
modelos culturales frente a frente. En un teatro municipal y espeso, a cubierto, con
moqueta y subvención, se celebraba la Semana de la Copla. El modelo del dirigismo
cultural al que estamos acostumbrados, en esta España donde antes que en el argumento de
una obra teatral se piensa en la subvención que se va a pedir. Frente a ese modelo del
artista contratado por el mayor empresario cultural de España (la Administración), en
pleno de mes de octubre, con la borrasca por el Atlántico dando por saco y con frío de
mearse la perra, una señora, una gran señora, en vez de ponerse en cola en el
Ayuntamiento para cobrar la subvención y cantar dos cositas a cubierto de la moqueta del
dirigismo cultural, cogió, se alquiló un auditorio al aire libre por su cuenta, se
convirtió en empresa de sí misma, arriesgó 35 millones en la taquilla y en la
organización y dijo aquí estoy yo contra viento y marea. Hablo de una niña que canta y
que está empezando, no sé si la conocen: Rocío Jurado. No pensó por un momento
suspender el espectáculo bajo la lluvia de amenaza, que es un nuevo concepto
meteorológico que ha inventado la Jurado. Cantó durante tres horas, una detrás de otra,
demostrando que la juventud es siempre la capacidad de arriesgar , no lo que ponga el DNI.
Aforé el auditorio con el ojímetro de Juanito Valderrama, y creo que aquello le costó
el dinero a la Jurado. Da lo mismo. La vergüenza también debe constar en la cuenta de
resultados. Lo digo porque otro gallo cantaría a la cultura si de una vez nos dejáramos
de la subvención y la mangoleta públicas como única forma de montar un espectáculo.
Rocío Jurado se cree que está en Miami y arriesga sus cuartos como si allí anduviera.
Ole.
De todo lo cual se infiere que, poderío aparte, arte
aparte, obra hecha y derecha aparte, es una pena, penita, pena que este pedazo de señora
con las ideas tan claras acerca de la cultura y la iniciativa privada siga siendo
oficialmente algo asó como la-que-ya-no-es-suegra- de-Antonio-David-Flores.