re sembrado...
Anduvo también sobrado, excedido, de amor a Sevilla.
Cargaba con su propio tópico:
-- Las cosas de Joaquín...
Los muros del Alcázar llegaron a ser su trinchera civil,
arquero que disparaba las saetas líricas de García Lorca. Las últimas veces que lo vi
siempre me respondía igual:
-- ¿Cómo estás, Joaquín?
-- Pues ya ves: aquí, jartocoles...
Estar harto de coles quizá sea la suprema expresión del
distanciamiento de la sevillana indolencia, de la que hizo un arte. Pasaba por el poeta
oficial de una ciudad que despreciaba profundamente la literatura. Treinta años después
de aquella última cena en casa de Añoveros, Joaquín sigue cargando con los mismos
tópicos. Yo por eso quiero acordarme ahora de la mañana de su entierro. Fui de plumilla,
a hacer la información. Sacaban el ataúd de su Alcázar y había un silencio
impresionante sobre los chinos lavados y las columnas del Apeadero. Iba Joaquín en una
caja camino de la iglesia del Sagrario ("al gorigori de estos cabrones", me
hubiera dicho), y en el Apeadero, cuando ya se fue el valdeslealesco cortejo de
falsedades, quedaba la carroza de los Montpensier de la Sacramental del Sagrario. Y
quedaba un coche. Un coche negro. En el Apeadero del Alcázar era un símbolo del escritor
aquel Volkswagen negro en el que, horas antes, había vuelto de cenar en casa de
Añoveros.
En el entierro de Kennedy, que habíamos visto por
televisión unos años antes, iba un caballo blanco sin jinete. En el entierro de Joaquín
no iba un coche negro sin conductor. El coche del poeta quedaba allí en su Alcázar, como
un perro sin amo. Aquel Volkswagen negro. Un escarabajo, modernísimo para su tiempo. Lo
vi aquella mañana y lo evoco ahora. Nada menos tópico que aquel coche de Joaquín. Nada
más real que aquel coche. A Joaquín lo quiso Sevilla arrempujar hacia el siglo XIX,
"las cosas de Joaquín", pero era un escritor de su tiempo, cuyo compromiso
social se llamó Sevilla. Un hombre de Volkswagen y no de carroza de Montpensier. Andando
los años, volví a ver el inconfundible escarabajo negro de Joaquín, muchas veces,
aparcado en el hotel Alfonso XIII. ¿Habrá vuelto Joaquín? Indagué, y aquel Volkswagen
negro era ahora de un camarero. Quien, Sevilla al fin y al cabo, quedó absolutamente
indiferente cuando le dije: "¿Pero usted no sabe que ese coche era de Romero
Murube?"