Yo me
llevaba muy malamente, pero tela de malamente, con Carlos
Herrera. Nos pegábamos unos Viajes Marsans despellejadores de
columna a columna que temblaba el misterio de Elche. Hasta que
el Herrera, más inteligente que servidor, me mandó un propio
para decirme que, total, si los dos pagamos el IVA (Impuesto
por Vecindad en Andalucía) y ejercemos en la Corte sin
movernos de la tierra, y tenemos amores comunes como Sevilla,
su Semana Santa, la copla y el Carnaval de Cádiz, ¿por qué
no hacemos las paces, picha, en esta guerra que nunca nos
declaramos oficialmente y vamos a llevarnos bien? Así hice,
en plan paz y esperanza bajo el sol de nuestra tierra, y de
hecho Herrera y yo estamos ahora convertidos en pareja de
desecho en este rompeolas andaluz de todas las Españas.
Este
Herrera está sobrado. Cumbre. El Herrera se lo monta tan bien
en la radio porque tiene el juanramoniano concepto del trabajo
gustoso y se lo pasa pipa (de girasol de cine de verano) con
los madrugones y con el maratón mañanero ante el micrófono
y el distinguido público de la sala. Pero observaba una cosa
en Herrera que me inquietaba, y mira que somos amiguitos. Cada
vez que me llamaba por teléfono o lo llamaba yo, esto es,
cada lunes, cada martes y cada miércoles, me decía al final
ese remoquete que repite ahora mucho la gente y que me
inquieta:
--
Cuídate...
Hasta
que le pregunté un día, en el entusiasmo de conversos de la
amistad como somos:
-- Oye,
niño: ¿me encuentras mala cara, que esté más delgado, que
se me esté afilando la nariz?
-- No,
te encuentro enorme... ¿Por qué lo preguntas?
--
Hombre, porque como cada vez que nos despedimos me dices eso
de "cuídate", me tienes mosqueado...
Me dijo
entonces Carlos que en Radio Nacional había uno aún peor,
que al despedirse te soltaba: "Ea, ¡a mejorarse!".
Los hechos, ay, me han demostrado que lo de Herrera en sus
despedidas no era guasa de que me quisiera meter el miedo en
el cuerpo, sino simple información. Cuando le mandé mi
esencial libro último, tardó un par de días en darme acuse
de recibo, porque andaba pasando por el escáner hasta al
romero. Y hacía bien. Cuando ahora he visto que lo querían
quitar del tabaco con el señuelo del mangazo de una caja de
Montecristos, he comprobado que Herrera tenía toda la razón
del mundo con el "cuídate" de sus despedidas.
Así
que, Carlos, como aquí va la despedida, te repito lo del
"cuídate". Cuídate, y fúmate un Montecristo del
número 5, sin mangazo, a mi salud. Porque todos debemos
cuidarnos, compay. Lo peor de todo es que lo tuyo, niño, ha
demostrado que los tenemos otra vez aquí abajo. Como cuando
Alberto y Ascen.