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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo, viernes 30 de marzo del 2000


Miguel Mañara contempla de nuevo su entierro

Sus hagiógrafos lo conocen como el lance de la calle del Ataúd. Que fue que en sus años de farra y alegrías como señorito tarambana, el hoy venerable Miguel Mañara y Vicentelo de Leca iba de nocturna francachela por el barrio de Santa Cruz, y de pronto, pum, un valentón le dio un golpe que lo dejó en el sitio. Medio traspuesto, oyó una voz que decía: "Traed el ataúd, que está muerto". Sigue contando la leyenda que, como aviso del cielo y de las virtudes a las que estaba llamado (entre ellas la más heroica de que un señorito andaluz pagara todas sus trampas antes de retirarse del mundanal ruido), a Mañara le fue dado contemplar su propio entierro.

No hay nada nuevo bajo este sol padre y tirano. Los andaluces siempre volvemos a ser lo que fuimos. Y aunque no estemos de francachela, sino en el ejercicio de las benditas y a veces heroicas libertades, algunos reciben un aviso del cielo, mediante el cual les es dado el privilegio barroco de contemplar su propio entierro. Como me carteo con Carlos Herrera por los trasmallos de la Caleta virtual, en un billete electrónico para darme las gracias por la "Herreriana" de antier, me pone: "Estoy bien, pero me da la impresión de estar asimilando ahora lo que me ha pasado, que me han querido asesinar y que me ha salvado por un pelo. La Candelaria, otra vez." O la Virgen de las Cigarreras, Carlos, no te olvides de la Virgen de las Cigarreras. Y sigue Miguel Mañara, digo, Carlos Herrera, ¿en qué estaría yo pensando?: "Fíjate, es como si estuviera asistiendo a mi propio funeral, como si leyera mi obituario. Tremendo. Pero estoy vivo. Siempre mi abrazo, desde la verdad de mi corazón. Me estoy viniendo abajo, lo veo."

No es para menos, Carlos. Miguel Mañara, tan se vino abajo contemplando su propio entierro que, ya ves, tras retirarse al monte a hacer oración fundó el Hospital de la Santa Caridad y nos dejó, aparte del prodigio de su prosa campera de andaluz con caballos, perros y escopeta, la hermosura solanesca de los dos medios puntos de Valdés Leal con las postrimerías del hombre. En esta España que decía Pemán que era la nación de los grandes entierros, Herrera ha contemplado el suyo propio. Un entierro sin muerto, que ha sido lo más bonito. Mariló puede quedar tranquila, que el marido no se le va a ir a devotas fundaciones, sino a comprobar que le tienen ley hasta las cuñas de su misma madera. Pero es comprensible que Herrera se haya venido abajo como las persianas o como el Betis. Es lo menos. Hombre, si hasta el Rey ha mandado el habitual telegrama a la casa mortuoria. En forma de caja de puros y con tarjeta autógrafa, pero lo que se dice mandarlo, lo ha mandado.

 


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