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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo, miércoles 12 de abril del 2000


Finito de Moscú

Roman Karpoukhine Finito de Moscú dice que más cornás da la perestroika: "Dejé el Ejército ruso porque después de la perestroika la situación económica era muy difícil para los militares". Y lo mismo que el banderillero de Juan Belmonte, degenerando, degenerando, llegó a gobernador civil, este capitán de estrellitas bordadas, capitán, del Ejército ruso quiere llegar a figura del toreo. Para el domingo, en la Monumental de Barcelona, en los carteles han puesto un nombre que sí lo quiero mirar, Finito de Moscú y olé, Finito de Moscú olá. A buen sitio ha venido a poner la era Roman Karpoukhine. Se ha creído que los toros aún traen cortijos en los lomos. Ahora los toros, mayormente, se llevan cortijos, pisos hipotecados de los abuelos, sueldos embargados de los padres. Antes se quería ser torero para ser rico y ahora hay que ser rico para ser torero. Los novilleros, antes, cobraban; ahora, tienen que poner dinero para poder torear. El escalafón, como un menú de Arzak, es larguísimo, pero estrechísimo. Cada vez son menos los que viven del toro. Todo lo más, las cinco figuras del momento y las diez figuritas de la situación. El resto, a poner se ha dicho. A pagar por torear. Como Finito de Moscú trabaja como jefe de almacén en una empresa de Tarrasa, me imagino que lo gana muy bien y que tiene para poner a fin de que lo pongan. "Poner o no poner" es la hamletiana cuestión para los aficionados. En esta nación de las artes subvencionadas, los novilleros tienen ellos mismos que pagarse la subvención si quieren llegar a algo. Es como si los actores noveles tuvieran que pagar por debutar en un teatro nacional, Andrés Amorós, tú que tienes la doble militancia de Talía y Pepe Hillo.

Deseo todo lo mejor a Finito de Moscú. Que no le pase como al pobre de Atsuhiro El Niño del Sol Naciente, aquel japonés al que un utrero le dio un tantarantán y lo dejó lisiado. Y le mando mis ánimos a la madre del torero. Que viva uno en Moscú y le salga a uno un niño torero tiene que ser tan inquietante e incomprensible como si vive uno en Madrid y el hijo se le pone a comer bollicaos y teleras con manteca colorada para engordar y se le va a Tokio, porque quiere ser luchador de sumo. Son los enternecedores bisnietos de Hemingway, los que vieron "Sangre y arena" y no resistieron la droga dura de España. Aunque, bien mirado, lo que tiene mérito de verdad es que Finito de Moscú haya aprendido a coger los avíos en la Escuela de Tauromaquia de Cataluña, que ha montado la novillada del domingo. Eso sí que es mérito, una escuela taurina en Cataluña. Con la inquina de Pujol a la Fiesta, que haya en Cataluña una Escuela Taurina es como si en la India lograran que el plato nacional fuese el filete de vaca sagrada.

 


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