Sé de
juegos de rol aproximadamente como los que pontifican sobre
ellos: ni papa. Si todo el mundo habla del rol sin tener ni
puñetera idea, ¿por qué servidor no va a poder echar su
cuarto a recuadro? Dicho lo cual afirmo que me parece que ahora
y no en la Semana Santa es cuando de verdad Sevilla está
viviendo su gran juego de rol. Su juego de rol anual. No me
refiero al de la Madrugada, sobre cuyas causas Antonio el
Pollito, el de Los del Río, ha dado en tó er bebe:
-- Lo de
la Madrugada, para mí que han sido cinco o seis cobradores del
frac, que se echaron a la calle en busca de sus morosos al mismo
tiempo, y como todo el mundo debe tanto, todo el mundo a correr
y se lió la que se lió.
Y arremata
Antonio el Pollito con la media verónica clásica de los
chistes:
-- Para
mí que han sido cinco o seis cobradores del frac por ahí
sueltos...
Matizo que
tomo la palabra rol, tras pedir la venia a Gómez Marín,
en el sentido que le dan los sociólogos: papel que cada uno
juega en la sociedad, en el reparto de tareas de la
globalización y del por aquí te quiero ver. Ahora es cuando de
verdad está en marcha el juego de rol. Sevilla juega a ser lo
que de ella piensan los que no son de Sevilla, disfrazada de
Sevilla, de capital de una sociedad agraria que no existe y en
la que lo poco que queda depende de las subvenciones de
Bruselas. Sevilla hace el juego de traer de fuera todo lo que le
falta: de Cataluña y de Vascongadas, empresarios isabelinos
fundadores que jueguen el rol de la burguesía andaluza que
nunca existió; de Portugal, gitanas de clavel y buenaventura;
de Granada, betuneros calós; de Sanlúcar, la manzanilla
triunfal; de Jerez, los caballos, los coches, los enganches, el
fino con el que se baten en retirada Pedro Domecq y dos sultanes
de Persia. Sevilla juega al rol de una ciudad efímera de
cornucopias, encajes, mecedoras y sillas de enea, más falsa que
los duros de Cobián.
Y todos
encantados con representar su papel. El nuevo rico que pegó el
pelotazo se disfraza de Fermín Bohórquez, se compra un coche,
unos caballos, engancha, se pone un sombrero de alancha y va por
ahí roneando de marqués, con el hierro pintado en la
portezuela del carruaje. La peña de amigos hace la
organización, monta la caseta y se cree el Aero y Pineda, todo
en una pieza. Los viven de la mangoleta pública, los que mi
maestro Manuel Halcón llamó "los señoritos del
Estado", juegan su rol, mechados en señoritos de Jerez. El
sevillano representa su papel de la tradicional hospitalidad y
el que acaba de llegar en el Ave, metido en su rol de sevillano,
paga cinco mil duros en la reventa por un tendido, se va a los
toros y se pone a hacer el sifón, mandando callar a los
abonados de toda la vida. Representa su papel de los silencios
de Sevilla.
Y así
sucesivamente se monta cada año el tinglado de la antigua
farsa, en la sociedad encantada de haberse conocido vestida de
flamenca o de faralaes del Ave y de convidar a quien se tercie.
El Sevená juega su rol en el rebujito y 1.000 enganches, 1.000
dan en el Real la imagen virtual del campo que ya no existe más
que en las páginas de Muñoz Rojas. ¿Es el Real de la Feria o
el Virtual de la Feria? Me quedo con lo que, sin meterse en la
Feria, porque dice que aquello es Nueva York con cortinas de
listas, me dice Juan Luis de Tarifa, mi filósofo del viento:
"La única verdad es que todo es mentira".
ABEL INFANZON "LA ESE 30"
PUNTAS
DEL DIAMANTE