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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía, martes 9 de mayo del 2000


Pijos y pajos

En esta bendita sociedad democrática se puede ser cuanto tenga uno por conveniente. Para eso nos defiende y ampara a todos la Constitución. Se puede ser, en ejercicio de las libertades, lo aparentemente más raro e insólito que se quiera. Por ejemplo, cultivador de gurumelos en cautividad, cazador de gamusinos al aguardo, socio de la Balompédica Linense, testigo de Jehová, traductor de esperanto, socio del club de fans de Perlita de Huelva, domador de moscas cojoneras.

Pero por mucho que la Constitución nos proteja a todos, hay algo que no se puede ser bajo ningún concepto: pijo. Y si tienen la menor duda, pregunten al alcalde de Sevilla. Menos de crucificar al Cachorro en Jerusalén, de matar a Kennedy en Dallas y a Manolete en Linares, los pijos tienen últimamente la culpa de todo. ¿Ustedes no ven la que lo que le está pasando al euro? Los economistas, que están acarajotados y que no se dan cuenta de la causa. Tenían que haberle preguntado al alcalde de Sevilla, que lo sabe mejor que nadie: el euro está con estos pelos por culpa de los pijos. ¿Por qué Juan Villalonga no puede obtener el folio de la holandesa? ¿Pues por qué va a ser? ¿Y tú me lo preguntas? Por los pijos. Nada, que con la cosa de los ejecutivos agresivos, a la alta cúpula de Telefónica le ha entrado por las puertas una manta importante de pijos, y así les va. España perdió las colonias por culpa de los pijos, don Manuel Azaña no ganó la guerra civil por culpa de los pijos, los pijos no tienen que estar demasiado lejos de las causas de la pérdida de las elecciones por parte de un señor tan poco pijo como Almunia.

Y es que, como digo, se puede ser de todo en España hoy, gracias a las libertades que trajo el Rey Nuestro Señor y refrendó el pueblo soberano (y el pueblo fundador). De todo menos pijo. ¿Qué es el pijo? Pues el pijo es como el judío para Hitler, como el masón para Franco, como el moro para los Reyes Católicos, como el mambí para Weyler, como el japonés para MacArthur, como el americano para Castro, como el inmigrante castellano para Arzalluz: el que tiene la culpa de todo. El pijo es como el socorrido y habitual enemigo exterior, pero dentro. El pijo nunca es de los nuestros. El pijo es especie en extinción que, a diferencia del lince de Doñana, no hay que proteger, sino duro y a la cabeza, que no cojee. Un buen pijo, y más si tiene iniciales de apellido ilustre, puede cargar con todos los mochuelos.

Yo es que ya he cogido el Método Monteseirín y de todos los males sin mezcla de bien alguno culpo al pijo. Me dice Isabel:

-- Tienes que llamar al fontanero, porque gotea el grifo de la cocina.

Y le digo:

-- Eso han sido los pijos.

No hay derecho a que en esta sociedad donde todas las disidencias y excentricidades están constitucionalmente protegidas, los pijos tengan los pobres que ir de minoría perseguida. Nada, señores pijos: tomen ejemplo de otros colectivos, constituyan el Sindicato Democrático de Pijos y Pajos y verán cómo no les tosen, y cómo llenan los periódicos de cartas cuando se metan con ustedes. Ah, y no se les olvide poner en el título lo de Democrático. Si no es Democrático, no vale, y en esta sociedad de Sindicatos Democráticos de Señoritas del Masaje Tailandés Hotel y Domicilio seguirán ustedes siendo la nueva versión de la puta por rastrojo.

ABEL INFANZON "LA ESE 30"

PUNTAS DEL DIAMANTE


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