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Como
era así como de misa y olla, regordete, achaparrado, pinta de
buen comilón, se le quedó al buen hombre que parecía un
párroco de pueblo. Fue el primer Papa con dimensión humana.
Antes habíamos tenido a Pío XII, que creo yo que no se bajaba
de la silla gestatoria ni para almorzar. Pío XII estaba en el
Vaticano como levitando. Elegantísimo, era un Papa de película
americana. Por eso advertimos más el cambio cuando nos lo trajo
la fumata blanca de aquel día sin colegio. Pío XII era de los
curas, del prefecto y del rector. Juan 23, sin números romanos,
era de los nuestros, de los niños de Preu, que leíamos
"Literatura, siglo XX y Cristianismo" y "La
peste" de Camús. Pío XII era de los que cateaban al curso
entero. Juan 23 venía a dar bonachonamente aprobado general y a
dejarnos de las penas del infierno y otros terrores, para
traernos el "aggiornamento", que era que de momento
podíamos ir a clase de Derecho Romano sin corbata.
Ya en la carrera, lo elevamos a mito de
nuestro tiempo, antes de que colgáramos el poster del Che y la
lámina del "Guernica" en el cuarto del colegio mayor.
Habíamos dejado las estampas de San Luis Gonzaga y de la
Purísima y habíamos cogido la foto de Kennedy de la portada
del "Life" y la de Juan 23 del "Ecclesia".
Queríamos que se construyera España según esos dos modelos,
Kennedy y Juan 23. Un sueño de libertad y democracia, de
"Triunfo" y de "Cuadernos para el diálogo",
del "Madrid" y del suplemento político del
"Informaciones". Estábamos por la utopía, por la
socialdemocracia, por el liberalismo. Éramos todos beatas
civiles que oíamos los sermones laicos de la novena de aquel
párroco de pueblo que estaba en el Vaticano.
De los dos, de Kennedy y de Juan 23, sólo el
párroco de pueblo se demostró que era de verdad. Aquel Kennedy
de mecedora que tanto admiramos rompió en bragueta brava y en
genocida de napalm, Marylin Monroe y Vietnam. Sólo Juan 23
permaneció santo, cuando abrió el Concilio, habló con los
rojos, dijo que el infierno no existía y nos aseguró que el
cielo estaba en los problemas de nuestro tiempo.
Como siempre ocurre con las predicaciones, no
le hicimos ningún caso a aquel nuestro párroco bonachón. La
generación de progres españoles que tenía a Kennedy y a Juan
23 como modelos ha resultado ser una de las más trinconas de la
Historia Sagrada. Los devotos civiles de Juan 23 fueron luego
los responsables del crimen de Estado, de la corrupción.
Guardaron la "Mater et Magistra" y se hicieron ricos.
Verdaderamente, el único santo de nuestra generación fue aquel
cura regordete con pinta de párroco de pueblo, que nos pasó de
Trento al Postconcilio y que volvió la Iglesia como un
calcetín. Como el calcetín con zancajos que probablemente en
su humildad llevaba.
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