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Un desfile no es lo que dice el Diccionario de la Academia, que ni me
molesto en levantarme para mirarlo y citarlo al pie de la letra. Un desfile es una cosa
que se organiza en Barcelona y se arma el follón del siglo y que se celebra en Madrid y
no pasa nada. Y digo yo: si la tropa, a pie, a caballo y en coche, desfiló en Madrid; si
fueron rendidos los honores a la bandera; si se guardó memoria a los caídos, todo como
Dios manda y las Constitución establece, ¿a qué venía aquel revuelo del desfile de
Barcelona? Lo más bonito del desfile de ayer es que se tuvieron que comer sus palabras
quienes decían que iba a ser el último aquel de Barcelona el día de la victoria... de
la victoria de Pujol en estos menesteres. ¿Pasó ayer algo con el desfile de Madrid?
Nada, que los regulares de Melilla, en plan Imserso, conocieron la capital del Reino, y
que llegaron los cadetes de Zaragoza y de San Javier y los guardiamarinas de Marín. Punto
en el cual, como la cosa iba completamente de banderita tú eres roja, las chavalas se
preguntaron por que Marujita Díaz se va a buscar cubanos a La Habana, estando ahí esos
cadetes guapetones y bollicaos que, en viéndolos, a muchas se le caen dos lagrimones como
sus dos futuras estrellas de tenientes. Normalidad se
llamaba la figura. Para que podamos presumir de sociedad civil, es conveniente que una vez
al año veamos soldados en orden de batallón por las calles. ¿Es menos democrática
Francia por sus soldaditos del 14 de julio o Estados Unidos por los del 4 de julio? Lo
malo de lo nuestro es que nunca nos acabamos de creer que una democracia se puede y se
debe permitir estos lujos institucionales. No hay que pedir perdón a nadie para que, en
la calle, las Fuerzas Armadas ocupen el papel que les reconoce la Constitución. Ni para
celebrar la Fiesta Nacional. Lo único malo de la fecha es que aquí hablas de la Fiesta
Nacional y la gente se cree que es cosa de El Juli y de los victorinos, con tal pudor la
hemos disfrazado siempre de Raza, de Pilar, de Hispanidad de gala de Tele 5, de lo que
fuera, menos de eso tan normal y tan democrático del Día de España. Y de sus caídos.
Entre los que, no se olvide, honramos ayer al último. Se llamaba Luis Portero y vivía en
Granada. Dio su vida por esta España que ayer daba gloria verla en el esplendor de sus
símbolos en la Castellana.
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Biografía de Antonio Burgos
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