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Al
contrario que su antónima, xenofobia, en el Diccionario no
viene esta palabra que me acabo de inventar conforme a los
cánones clásicos. No hace falta que la palabra exista, porque
en nuestra tierra existe, y larga y hondamente, su ejercicio.
¡Lo que nos gusta todo lo que viene de lejos, extranjeros
incluidos! Hace tres mil años que no hacemos otra cosa que
recibir extranjeros. Pemán decía que Julio César fue el
primer veraneante de Cádiz y los Alvarez Quintero hablaban de
Hércules como un vecino más de la Alameda de Sevilla, como si
fuera Dora la Cordobesita, la mujer de Manolo Chicuelo.
Por eso ha rechinado todavía más la frase de ese Rafael
Centeno que ha dado el cante como su homónimo, el de la
saeta a la Cruz de Guía de la Cofradía del Silencio:
"Silencio, pueblo cristiano". Eso es lo que han
guardado Centeno y sus cómplice de este verdadero contubernio
al que nadie lo ha llamado por su nombre: contubernio. Mientras
ponían en circulación los embustes más gordos, han guardado
el silencio de la saeta de Centeno, a ver si pasaba el
chaparrón, mientras dejaban trabajar al aparato, el aparato del
PSOE en Andalucía. Casi nadie al aparato. Tú coges el embuste
más gordo e indecente del mundo, lo pones en los engranajes del
aparato del PSOE andaluz y al cabo del rato te sale por el
telediario de Canal Sur una verdad como una casa. Como una casa
de la calle San Vicente mismo.
Si no fuera por su cobardía, por sus ganas de utilizar
contra sus adversarios las armas más abyectas, Rafael Centeno
tenía hasta defensa. Pónganse la mano en el corazón: ¿qué
ha dicho este hombre? Pues un cante por Huelva. Sí, Centeno ha
dado el cante, pero por Huelva. Lo que ha hecho este hombre ha
sido poner pasaporte y permiso de trabajo a la letra de un
fandango: "Nunca está mejor el árbol/que en tierra donde
se cría". Si no hubiera sido cobardón y ladino, lo de
Centeno era en cierto modo defendible, por muy políticamente
incorrecto que parezca. Es lo del viejo chiste del cura que
confesaba a la vieja en su lecho de muerte y la consolaba
diciéndole lo bien que iba a estar en el Cielo, en la Casa del
Padre, a lo que agonizante respondió:
-- Quite usted, padre, que como en casa de una no se está en
ninguna parte...
Centeno, muy desafortunadamente, ha venido a decir eso. Que
el marroquí está en todo lo suyo, en su cultura y en su
lengua, en su pueblo norteafricano, y no en la nueva esclavitud
de El Ejido, un suponer, o en esa recogida de aceituna con manos
ecuatorianas o subsaharianas por parte de estos nuevos andaluces
de Jaén a los que "Jarcha" no les pregunta con verso
de Miguel Hernández de quién son esos olivos. Peor que la
mentira, que el embuste, que el querer liar al adversario, que
la propia xenofobia, es la absoluta falta de gracia de Centeno.
Esa misma frase la dice con un poquito de arte y no pasa nada.
Pero la ha dicho con malage, con guasa, y encima en la tierra
de la xenofilia. Yo creo que ninguna ciudad del mundo más que
Sevilla tiene puestos con todo honor en su escudo a tres
inmigrantes, como son San Fernando, San Leandro el de las yemas
y San Isidoro el de Internet. La propia Andalucía tiene en su
escudo a otro extranjero, como ese Hércules empadronado por los
Quintero en la Alameda de Sevilla y por las coplas de Paco
Alba en la Alameda gaditana, que traducido resulta que digo
yo que ni xenofobia ni xenofilia, que en el medio está la
virtud.
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Biografía de Antonio Burgos
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