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Lo
que tenía que pasar, pasó. Al primer tapón de las señas de
identidad de Andalucía en manos de la Junta, zurrapa. Lo
dijimos aquí el sábado, en las "Puntas del
Diamante": "La Junta de Andalucía ha pagado un dinero
por la casa de Blas Infante. Poco dinero es para pagar los
callados años de entrega de Luisa Infante. Luisa Infante
conservó como los chorros del oro esa casa. Casa que ahora, en
manos de la Junta, es cuando empieza a correr de verdad peligro.
De unas manos amorosas, la casa de Blas Infante pasa a una
administración derrochona." Y quien dice la casa, dice el
himno o dice la bandera. Lo que se ha preservado gracias a las
hijas de Infante, insistimos, ahora es cuando corre peligro, en
manos de la Junta.
Por ejemplo, el Himno. El Himno no fue rescatado por la Junta
precisamente. Cuando fue rescatado, de la Junta no vivía nadie,
porque la autonomía no existía ni Escuredo había inventado
aún las huelgas de hambre con bocadillos de jamón. Del Himno
andaluz quedaba una olvidada partitura en Villa Alegría, junto
al piano donde se compuso. Una partitura en un libro del
catalán Casés Carbó. Nadie se sabía el Himno. Ni los
infantistas de la vieja guardia que, insistimos, estaban más
pendientes de resucitar la doctrina de Henry George que de
recuperar el regionalismo andaluz, como se llamaba al
andalucismo a la altura de 1970. Si todo hubiera quedado en
manos de aquellos santos varones como Alvarez-Ossorio Barrau,
Lemos Ortega y Lasso de la Vega, Infante seguiría en el
georgismo con lo enmarcaron en sus papeles de las Juntas
Liberalistas de Andalucía.
Fueron los andalucistas de la primera hora los que pusieron
aquella partitura en un piano y la hicieron sonar. Los que
cantaron y grabaron por vez primera el himno, del que apenas se
conocía la letra, no la música. Hay un disco pequeño, un
vinilo de 45 revoluciones por minuto, que es una joya en la
historia de la idea de Andalucía. Carlos Cano, con un pequeño
coro, grabó por vez primera el himno en el estudio que Josele
Moreno tenía por la sevillana Puerta de Carmona. Cuando ese
himno se grabó, los que ahora quieren cambiar su letra no
creían en Andalucía ni mucho menos en su autonomía, y
gastaban bromas sobre la similitud de la bandera con los colores
del Real Betis Balompié. La blanca y verde es la bandera de
todos gracias a la campaña que Nicolás Salas hizo en su ABC.
Querer cambiar la letra del himno andaluz y hacerla unisex
tiene, en este contexto histórico, una cierta lógica. Los que
tal proponen no se plantean el himno con el reverencial respeto
histórico con que lo consideramos algunos de los que
contribuimos a que los andaluces volvieran a cantarlo. Tienen
soberbia de arquitecto restaurador, ésos que quieren dejar la
impronta de su paso cuando les encargan la restauración de un
monumento. La Junta, con la soberbia del poder, quiere dejar su
impronta en todo cuanto toca. Quieren ejercer violencia de
género a la inversa, enmendando la plana a Blas Infante. Ojalá
quede ahí la cosa, tras este peligroso paso de la materialidad
de nuestras señas de identidad a la propiedad de la Junta. Nada
me extrañaría que la casa de Infante fuera entregada a un
arquitecto adicto al régimen para que la ponga como él crea
que la debió hacer don Blas. Ya cogieron el escudo, no se
olvide, y lo entregaron a Alberto Corazón para que hiciera
cuantas perrerías se le ocurrieran con los leones de Hércules.
En cuanto a la bandera, las gracias hemos de dar al cielo si no
se la entregan a Vittorio y Luchino para que hagan con ella un
diseño más moderno.
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