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De
todos los proyectos que tiene Aznar en cartera y cuya patita ha
enseñado por debajo de la puerta, como en el cuento infantil,
el más apasionante es el de la elección directa de alcaldes.
Aquí tenemos un sistema electoral hecho de prisa y corriendo
con la que estaba cayendo durante la transición, y aunque se
han visto sus fallos, veinticinco años después de restaurada
la democracia nadie se había atrevido hasta ahora a meterle
mano y a reformarlo. Uno de los peores defectos de las leyes
electorales es la elección de alcalde. ¿Quién elige a los
alcaldes? ¿Los ciudadanos? Frío. ¿Los otros concejales que
salen elegidos? Frío, frío, como el agua del río. ¿Los
pactos? Frío. A los alcaldes verdaderamente los eligen las
cúpulas de los partidos políticos. Con mucho aparato
democrático y muchas urnas, los que tenemos son en realidad
alcaldes a dedo. Es alcalde el que designa el partido por
procedimiento digital, al ponerlo el primero de la lista. Salga
como cabeza de esa lista cual la más votada, o salga como
resultado de pactos y cambalaches de cambios de estampitas entre
los partidos, la realidad es que solemos tener de alcalde a un
señor cuyo nombre para tal cargo no hemos puesto en papeleta
alguna. Los alcaldes, que luego son aceptados por los ciudadanos
si su gestión es positiva, tienen por eso a veces mayor grado
de fidelidad y sumisión a las cúpulas de los partidos que los
pusieron que a los votantes que les dieron la vara de mando y el
sillón.
Si las leyes cambian, y elegimos directamente a un señor
concreto para alcalde, saldrá ganando la propia estabilidad del
sistema municipal, ahora que dicen que, además, va a recibir
transferencias de poder descentralizador desde las autonomías.
La práctica de estos años de democracia ha demostrado que
cuando un alcalde lo hace bien, la gente lo apoya, sea cual
fuere su partido, sean cuales sean las siglas por las que se
presentó o la cúpula que lo designó para el cargo con el
enorme dedo de la burocracia de los aparatos. El caso de Julio
Anguita (ahora "missing") puede ser paradigmático en
la Alcaldía de Córdoba. Como Anguita era un buen alcalde,
hasta las derechas votaban con la papeleta de la hoz y el
martillo. No votaban PCE ni Izquierda Unida: votaban Anguita. Si
no sacaba más votos, pienso, es por la aversión de muchos a
las citadas herramientas de la papeleta. O podemos poner el
ejemplo de Regla, la alcalde de Espartinas, que cada vez saca
más votos, en unas cantidades que no se corresponden con las
actitudes electorales del pueblo para las generales o las
autonómicas. En el futuro sistema, basado en las personas y no
en las siglas, los alcaldes aceptados por todos, por encima de
las ideologías, sacarán más votos todavía, una vez que nos
hayamos quitado las caretas de los pasteleos y los pactos.
Así, por ejemplo, si José Rodríguez de la Borbolla se
presentara por el futuro sistema a alcalde de Sevilla, seguro
que sacaba la mayoría absoluta. A la hora de designar
candidato, los partidos se tentarían mucho la tropa, en cuanto
pondrían a estos señores que tienen asegurado el voto de los
que no pertenecen a esa ideología y que, incluso siendo de los
adversarios, hacen abstracción de derechas o izquierdas para
elegir lo que siempre se desea, que es un buen alcalde a secas.
Puede que en los partidos siga habiendo primarias y luchas
intestinas, pero no será cómo ahora el valor personal de los
candidatos, su tirón de imagen, de talante, de capacidades.
Porque con el sistema actual, ya he dicho muchas veces que un
partido con fuerza electoral pone de candidato a alcalde a
Risitas y sale elegido. Cómo que si sale...
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