|  | Ni
                esto es la Roma andaluza de García Lorca ni la Roma triunfante
                en ánimo y grandeza de Cervantes ni esto es nada. Si fuera tan
                romano como algunos soñamos, habría más gatos. No habrían
                pasado de moda los gatos. En Roma hasta los tienen censados. A
                uno y otro lado del Tíber de los poemas de Rafael Alberti y del
                soneto donde Quevedo le hacía buscar a Roma al peregrino, hay
                censados 120.000 gatos. Tan simbólicos son de la ciudad, que
                los han declarado monumento local, algo así como bien
                bioecológico protegido. Un gato tiene ahora en Roma tanta
                protección como un lince en Doñana o un flamenco en la laguna
                de Fuente Piedra. Y si Roma los ha hecho patrimonio de la
                ciudad, me imagino que Venecia hará dentro de poco tres cuartos
                de lo propio. Hermosos gatos los venecianos, orondos como dogos,
                displicentes dueños de las esquinas y canales de la Serenísima
                República, dicen que tan gordos de comer ratas. En Roma o en
                Venecia, los gatos son como emperadores que sobrevivieron a la
                llegada de los bárbaros. Aquí el gato está absolutamente pasado de moda. Aquí lo
                elegante, lo bien visto, lo que mola, es el perro. Cómo será
                la cuestión, que las cacas de perros en las aceras son un
                problema municipal de limpieza, mientras que nadie dice
                absolutamente nada de las meadas de gatos. Por la meada de un
                gato aquí lo que sacan es un bando sobre los perros, una
                ordenanza de perros, una reglamentación de perros. De los
                romanos, cultísimos, elegantes gatos, nadie se acuerda. Apenas
                los anuncios de sus comidas en la televisión. Todos tenemos un
                pasado de hambre y de gatos que queremos olvidar con el perro de
                la parcelita y del chalé. El gato recuerda demasiado escaleras
                de las casas de vecinos, azoteas de la Andalucía de las
                carencias. Gatos de los restos de las sardinas arenques, de las
                latas de sardina, que cazaban gorriones por las tapias de los
                corrales. Y entre el gato y el perro, es que no hay color. A favor del
                gato, naturalmente. El gato es un monumento a la independencia.
                Cada gato es Daoiz y Velarde en una sola pieza. A un gato no se
                le puede enseñar a coger una pelota, porque no admite amos ni
                reconoce dueños. El gato desaparece cuando quiere, vuelve
                cuando quiere. El gato no tiene pedigrí ni entrenamiento. Tan
                solitario y tan buena persona. No se ha dado un solo caso de
                gato asesino, y ya ven tantos perros que atacan y medio matan a
                tantas criaturas. No hay gatos policías, porque todos son gatos
                ladrones: ladrones de la belleza de sus movimientos acolchados y
                neumáticos. Cuando una modelo aprenda a moverse por una
                pasarela con la elegancia de un gato, habrá logrado el ideal de
                la belleza. Si nos gusta Noemi Campbell es porque quizá sea una
                enorme gata negra que le da suerte a los modistos para los que
                desfila. Teníamos que aprender de Roma y, si no declararlos
                monumentos biológicos, sí al menos ponerlos de moda. En muchas
                ciudades hay problemas con las palomas, que destrozan la piedra
                de los monumentos. ¿Cagan más ahora las palomas que antes? No,
                es que ahora hay menos gatos que se las coman. Más que apresar
                palomas y poner redes y dispositivos eléctricos en las fachadas
                de los monumentos, habría que contratar gatos, ejércitos
                gatunos que lograran el equilibrio del ecosistema. ¿No ponen
                halcones de cetrería en los aeropuertos para que los pájaros
                no choquen contra los aviones? Pues habría que hacer reservas
                municipales de hermosos, lustrosos, solitarios, independientes
                gatos que metieran a las palomas en cintura. Sé que esto no es Roma y que estoy predicando en el
                desierto. La elegancia social es del perro. Lograr el prestigio
                literario del gato es tan difícil como llevar una manada de
                gatos por la carretera. 
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