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Le
llaman la gracia. Incluso hay ciudades, como Sevilla, que se la
atribuyen en exclusiva. También podíamos llamarla la armonía,
el sentido de la medida, el arte del ingenio, la capacidad de
definir el mundo mediante una metáfora acertada. Y es también
por descontado el
humor, un humor fino, de segunda lectura que diría un cursi
a la violeta, un humor construido sobre una infinita capacidad
de relación entre los hechos y los sentimientos más dispares,
para romper luego la lógica y lograr así el efecto cómico. Y
esto que hemos dado en llamar la gracia es indudablemente una
seña de identidad de lo andaluz. Un hecho diferencial andaluz.
Sin tanto cuento de vascuence ni de catalán, de bable ni de
gallego, nosotros hablamos también una lengua distinta.
Hablamos el español, pero con gracia. Vienen de lejos, oyen
hablar a los andaluces en la calle, en la barra del bar, con el
carrito en el hipermercado y quedan sorprendidos por el
relámpago de la gracia. Gracia en la que hay niveles, cortes y
estratos, que van de lo culto a lo popular, de lo libresco a lo
vivido, de lo refinado a lo basto, de lo ritualmente repetitivo
y a lo genialmente espontáneo.
Una de las mayores desgracias de los andaluces es que tenemos
un presidente de la Junta sin la menor gracia. A Javier Arenas,
cuando ha respondido a Chaves sobre lo que dijo que Cabanillas y
Piqué eran "auténtica basura", se le ha ido la
mejor, la más paladina respuesta. Que era haber respondido al
que no tiene gracia con una mijita de ella. Por ejemplo:
-- Señor Chaves, lo peor de todo es que tiene usted la
gracia donde las avispas...
Al presidente andaluz se le debería exigir un mínimo de
gracia. Hombre, no es que el presidente de los andaluces tenga
que ser como Francisco Cervantes Bolaños, José Antonio Sáenz
Sánchez o Felipe Martín el del aerolito viñero, por citar
sólo tres andaluces con gracia para dar y repartir, cuya gracia
principal consiste en que la tienen y la desparraman sin la
menor intención de hacerse el gracioso. Pero al presidente le
deberíamos exigir, por lo menos, que tuviera la gracia de
Rafael Escuredo, que tenía y tiene arte por arrobas. Con el
precedente de Escuredo, los que han venido después lo han
tenido crudo en materia de gracia. Nos acordamos de aquel que
tenía tanta gracia que inventó la huelga de hambre a base de
bocadillos de jamón (qué arte), y llegamos a la conclusión de
que un presidente andaluz malage es una contradicción en las
señas de identidad de un pueblo tal, que es como si los
catalanes tuvieran un Pujol que fuera por ahí tirando el dinero
y convidando a la gente a café:
-- Niño, convida aquí a estos señores, que lo pago yo de
mi buchaca...
Ya que esta desgracia de tener un presidente sin gracia por
lo visto no tiene remedio hasta dentro de un chaparrón de
elecciones más, yo por lo menos propondría que Escuredo le
diera unas clases particulares, un cursillo de inmersión en la
gracia. O que Paco Cervantes, que es de su partido, le pasara
unos apuntes para que se los repasara antes de abrir esa boquita
y soltar la habitual malajá. O que se repasara las obras
completas de Alfonso Guerra, que tendrá toda la mala leche que
queramos, pero que a veces decía cosa que eran para tirarse,
aciertos geniales de la gracia que hasta han quedado en las
antologìas, como si fueran poemas de la Generación del 27,
cual el Tahúr del Mississippi, Carlos IV vestido de Mariquita
Pérez y otras perversidades geniales. Con mucha mala leche,
pero con mucha gracia. La que Chaves no tiene. En casa del
herrero, cuchillo de palo, y en la tierra de la gracia, un
malaje sin gracia ninguna.
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