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En
esta España donde si no celebramos los 20 años de algo es
porque festejamos los 25, cada día nos dicen que ahora de
verdad es cuando ha terminado la Santa Transición. Siempre
estamos cumpliendo 25 años de las restauraciones, 20 de los
parlamentos autonómicos, 15 de los estatutos de la Señorita
Pepis. Por celebrar, hasta han apagado las veinticinco velitas
del Día del Orgullo Gay. Lástima que no le hayan dado el mismo
bombo y el mismo platillo al fin de las guerras carlistas, que
han tardado en terminar casi tanto como la transición. Al fin y
al cabo, fueron la primera transición española. La
transición, con sangre, del absolutismo del Antiguo Régimen a
las libertades de la funesta manía de pensar que nos había
enseñado La Pepa, una señora de Cádiz que se llevó un siglo
dándonos disgustos de familia. Ya todo aquello acabó, todo
quedó en el olvido. Carlos V, por fin, entró en Madrid. El
Infante Carlos María Isidro ha entrado finalmente en Madrid en
forma de archivo. El archivo carlista de la Casa de Borbón-Parma
ha sido ahora incorporado a los fondos del Archivo Histórico
Nacional, entregado en persona por Don Carlos Hugo, uy, qué
antigüedad autogestionaria, qué fondo de paisaje de Montejurra
y de hombres de la gabardina...
Esto sí que es concordia. Ahora sí que Don Juan Carlos es
Rey de todos los españoles: hasta de los carlistas. Los papeles
de los sueños forales de los carlistas, en el Archivo
histórico del Reino de un Borbón. Esto tenía que haber ido a
pintarlo Antonio López en plan Velázquez. Esta Breda de la
rendición del carlismo ante la evidencia de la Historia. Esta
moviola en la que nunca hubo guerra de Troya ni cerco del
liberal Bilbao. El caballo blanco de Zumalacárregui ha sido
enganchado a la carroza de María de las Mercedes.
Hay mucha España, mucha vida, muchos sacrificios, mucha
sangre, mucha ilusión olvidada en esos papeles. Del carlismo
integrista y del carlismo democrático de los coletazos de la
dictadura. De aquel carlismo que fue el gran derrotado en el
bando de los vencedores de su última guerra, la española
1936-1939. En esos papeles veo ahora las ilusiones de estos
eternos derrotados en todas sus guerras. La boina roja del poeta
Rafael Montesinos en el frente de La Tejonera, y el destierro de
Fal Conde, y la carrera militar perdida del Marqués de
Marchelina, y la utopía de los queridos compañeros del Partido
Carlista en la Junta Democrática. La tierra que pisamos está
regada por sangre de carlistas y cristinos, por eso florece
finalmente en libertad. Desde ese respeto a las convicciones de
los carlistas puede entenderse mejor el valor de estos papeles
amarillos que, como un definitivo abrazo de Vergara, desde un
silencio que archiva siglos de guerra dicen finalmente a Don
Juan Carlos: "¡Viva el Rey legítimo!"
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