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Me
encantaría tener la infinita capacidad de inmediatez de los
encuestadores de los periódicos digitales para saber si somos
cuatro gatos o cinco. Más, desde luego, no somos. Y gatos, no
linces. Si al menos fuéramos linces podríamos exigir una
reserva nacional, un Doñana para los que pensamos por libre y
nos atrevemos a decirlo. A juzgar por el triunfalismo ambiente,
por cómo se felicitan unos a otros por lo bien que ha salido
todo, debemos de ser cuatro gatos los que en el asunto de
Perejil nos parece que hemos hecho una vez más el canelo con
Marruecos, mientras nos planteamos la eterna cuestión de la
idea de España: si estando como estábamos estamos como
estamos, ¿cómo estaríamos si estuviéramos como deberíamos
estar? Si nos levantamos en Iwo Jima colocando la bandera
nacional con todo honor y gloria en la cumbre del Perejil y nos
hemos acostado en el fuerte de Baler, mientras el último de
esta Filipinas del Estrecho, con uniforme de la Legión,
saludaba a esa misma bandera en el momento en que era arriada
cumpliendo órdenes de la superioridad, ¿qué razón hay para
que estemos todos tan contentos? Debe de haberla, pero no
alcanzo a conocerla en mis cortas luces. Será que no tengo
gafas de visión nocturna, como todo el mundo en esta hora, que
ven todo más claro que los boinas verdes contemplaban aquellas
cuatro piedras locas al alba.
Como tampoco entiendo nada lo de Colin Powell. ¿Por qué
tanta América y tan poca Europa en todo esto? Me imagino que
Norteamérica no tendrá la menor queja por nuestra postura en
la Guerra del Golfo y tras el 11-S. Pero esa capacidad de
mediación quería yo haberla visto cuando estaba en Perejil la
invasora bandera marroquí, no cuando estaba nuestro Iwo Jima.
Que yo sepa, Marruecos no estuvo al lado del Gran Patrón cuando
el Golfo ni cuando las Torres Gemelas, pero Washington es más
Primo de Zumosol para Rabat que para Madrid. Debemos de ser
cuatro gatos los que pensemos así y añadamos: ¿de qué nos ha
servido tanta Unión Europea?
Como el lugar de la firma del vamos a llamar acuerdo, para no
meternos en pantalonerías. La misma distancia hay de Madrid a
Rabat que de Rabat a Madrid. Y si los que invadieron fueron
ellos, y ellos fueron los cautivos y derrotados al alba con
levante fuerte, y nosotros somos los que nos hemos retirado
voluntariamente para el supremo principio de Derecho
Internacional de "por lo menos como estaba, Virgen de
África" (traduzco "statu quo"), ¿por qué
encima tiene que ir Ana de Palacio a Rabat, con la semanita que
lleva la pobre mujer, en vez de que Mohamed Benaisa venga a
Madrid?
Pero debemos de ser cuatro gatos los únicos que pensamos que
por mucha Europa que seamos, seguimos de acólitos de los
americanos y de su santo temor de Alá por Marruecos, haciendo
el canelo con unos vecinos que no nos dan ni perejil.
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