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                Es
                siempre con estas calores de julio, chicharras en el olor a
                brevas de las higueras del regajo, cuando se nos van los
                últimos caballistas a la antigua usanza. Es definitivo su
                galope sobre un campo que ya no existe, de cobras de yeguas en
                la eras, de cántaros de las cuadrillas de segadores en los
                serones de los burros enteros y gazpacho en el dornillo labrado
                a punta de navaja en la madera de un tronco de nogal. En julio
                galopó Manuel Halcón hacia El Cañuelo definitivo y en julio
                ha sido el último arreón y parada de Leopoldo de la Maza desde
                su Cortijo de Arenales.
                 Todo cuanto fue Poli Maza lo fue a caballo y entre toros.
                Más que como un personaje de Fernando Villalón me pareció
                siempre una puesta al día de Villalón. Poli Maza era un
                Villalón pasado por Londres. Como un Villalón jugando al polo
                y hablando inglés. Rudo, recio, corpulento, fuerte en el
                sentido más campero de la palabra. Duro como el trigo duro. Por
                fuera. Por dentro, el calor del corazón. Un calor de lumbre
                antigua de vieja gañanía de cortijo con hacienda olivarera y
                plaza de tientas. Poli Maza se trabajaba el cateto de Morón
                quizá por modestia, para no despertar envidias ni por su gran
                acierto de haberse casado con Victoria Ybarra, la hija de Miguel
                Ybarra y Lasso de la Vega, el más desconocido alcalde
                contemporáneo de Sevilla, cuya marcha a la Argentina la cuenta
                Eslava Galán en una novela, y le dan otra vez el premio
                Planeta. 
                En la Unión de Criadores de Toros de Lidia que tanto le debe
                a Poli, hay ganaderos que se trabajan el señorito, ganaderos
                que se trabajan talonario en ristre el nuevo rico y ganaderos
                que se trabajan el cateto, que suelen ser los de verdad. Poli
                Maza pertenecía a este último grupo. Poli Maza se trabajaba el
                cateto para disimular que con aquellas gorras inglesas suyas, o
                con el chambergo encerado que gastaba los días de lluvia en la
                plaza de los toros, era poco menos que caballero cubierto en La
                Zarzuela. Poli Maza se trabajaba el cateto para que no supieran
                que tenía estrellas de militar, conocimiento del mundo de la
                empresa más que un yupi de traje de Armani y que dominaba más
                lenguas que un embajador. Como se trabajaba el cateto para no
                darle la menor importancia a su gran apuesta por las libertades
                cuando había que echarle una entrepierna bien amueblada, en los
                tiempos duros de la transición en que fue democrático alcalde
                de UCD en un Morón rojo de toda rojez de Partido del Trabajo y
                Sindicato de Obreros del Campo. Hasta en esto fue Poli atípico,
                en lo de dar la cara civilmente por la democracia cuando la
                derecha andaluza no daba un duro por el modelo constitucional. Y
                también lo hizo a su aire campero. El Conde, como lo llamaban
                en Morón, fue el último alcalde que habiendo sido elegido por
                las urnas se permitió el supremo lujazo de llegar a caballo al
                Ayuntamiento y amarrarlo a una reja municipal, como si se
                hubiera echado de novia a la democracia y fuera a pelar la pava
                con ella. 
                Y todo esto, vestido de Poli Maza. Cada tarde que me lo
                encontraba en los toros, almohadilla los dos bajo el brazo, le
                bromeaba sobre su atuendo. Solía decirle que iba vestido de
                Niño de Marchena o de Porrinas de Badajoz, pero todo inglés,
                bueno y carísimo, o de Harrods o de Jeremy Street. Ya saben:
                una chaqueta a cuadros espantosos con una camisa amarilla, una
                corbata azul, unos pantalones colorados, un chaleco verde. Menos
                un día que nos encontramos en el Ave, camino del entierro de
                Jesús Aguirre. El conde de la Maza no iba de uniforme de Poli
                Maza, sino de oscuro, con corbata negra y camisa blanca. De
                Falcó. Hasta así vestido, Poli era Poli, como cuando con su
                traje gris de franela de ejecutivo de una multinacional se
                cuadraba ante su Rey para inaugurar aquella ilusión suya que se
                llamaba Feria del Toro y que ahora debería llevar su nombre. 
                 
                 
                
                 
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