No
tenemos remedio. Mandamos a los boinas verdes a Perejil sin
consultar a José Antonio Labordeta y el Príncipe de Asturias
va y se hace una casa sin consultar a Javier Mariscal. No hay
derecho. Eso es romper la tradición de la Corona. Ya se sabe
que Isabel II se pasó media vida consultando a Mariscal cómo
debían ser los estrados isabelinos.
El Príncipe más que una casa se ha hecho una transgresión
a la modernidad y al diseño, qué temeridad. Construyendo su
casa, ha derribado la dictadura del diseño. El Príncipe tenía
que haberse plegado a esa dictadura y hecho una casa como el
horror de plató de Anne Igartiburu. Una casa donde las
lámparas parecieran toallas de baño iluminadas. En eso
precisamente consiste el diseño: que nada parezca lo que es y
que nada sea lo que parece. Tú vas a una tienda de diseño
donde ha puesto la lista de su boda el hijo de unos amigos,
eliges un jarrón y le dices a la dependienta:
-- Señorita, cóbreme este jarrón de la lista de Borja y
Cristina.
Y la dependienta, hablándote naturalmente de tú, te pega
con la dictadura del diseño en toda la boca:
-- Pero si lo que has elegido no es un jarrón, ¿tú no ves
que es un exprimelimones?
En la Casa del Príncipe tenían que haberse impuesto los
muebles de diseño Estilo Juan Carlos I. Igual que existe el
Estilo Luis XV, existe el Estilo Juan Carlos I. Ya saben, esa
tendencia espantosa, tipo hotel de Olimpiada en Barcelona,
Pabellón Expo 92 en Sevilla o sala de espera Vip del Ave en
Atocha. Esos sillones donde te sientas más de media hora y vas
directamente a Traumatología. Esas mesas con tres patas y esas
sillas con seis. Los roperos donde si no caben las perchas ése
es tu problema, no el del diseñador.
De otro lado, como los rojos no usaban sombrero, Cobi no
usaba corbata. Nada, nada, el uniforme oficial del Príncipe de
Asturias debe de ser el chándal, como cuando el Duque de Palma
fue a visitar a la princesa heredera de Japón en la Olimpiada
de Tokio. Tome buena nota Protocolo de la Casa de Su Majestad de
cuanto dice Mariscal, y pongan en las próximas invitaciones:
"Etiqueta, chándal con condecoraciones". De
corbatillas y corbatitas, nada. Queremos un Príncipe de
Asturias modelo Cándido Méndez o Nicolás Redondo padre,
descorbatado y despechugado. Que se vea que es hombre de pelo en
pecho. A ver si así de una vez saca novia.
En el fondo, me pasa como a Mariscal: la casa no me gusta.
Pero no desde la modernidad, sino desde el clasicismo. Lo que se
ha hecho el Príncipe no es una casa: es lo que ahora se llama
un casoplón. Bienvenido sea empero el casoplón, porque Don
Felipe nos ha demostrado que es posible liberarse de la
dictadura del diseño. ¡Vivan los casoplones como hoteles de
provincias y abajo los platillos volantes!
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