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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Suspenso en fuego

Los camarógrafos de TV no filmaron el fuego de la torre de pisos de Fuencarral, sino directamente un premio Pulitzer. Y nos dieron testimonio gráfico de lo que no se suele reconocer: en esta sociedad tan preventiva, tan saludable, tan protectora de animales, de plantas, de minorías, que lucha contra el tabaco, contra los ruidos, contra la contaminación, estamos bajo mínimos en la lucha contra el fuego. La gente cree que en caso de fuego lo único que hay que saber es llamar a los bomberos. Las cuestiones ígneas las hemos dejado en manos de los bomberos, a los que consideramos como sacerdotes encargados de la llama del templo de la sociedad tecnológica. Razón por la cual aquí, si no pasan más desgracias, es porque la Virgen de la Paloma, patrona de los bomberos, echa horas extraordinarias.

Como no se divulgan las mínimas medidas domésticas contra el fuego, en el incendio de Fuencarral, tras llamar, eso sí, a los bomberos, los vecinos hicieron absolutamente todo lo que no hay que hacer en caso de incendio. Si la casa ardió por los cuatro costados fue porque abrieron las puertas en vez de cerrarlas, y en cada descansillo se alimentó una hoguera que por el hueco de escalera hizo el efecto chimenea. Lo digo porque a mí me salió ardiendo la casa, y la salvó Isabel mi mujer, que había hecho en su hospital un cursillo de salvamento y lo aplicó a rajatabla: cerró todas las puertas y logró que las llamas no salieran del cuarto donde habían prendido. Si hace como en Fuencarral, aquello hubiera sido una pira.

Paradójicamente, en esta España tan urbana, donde casi todo el mundo vive en un bloque de viviendas, la preocupación por el fuego y la instrucción sobre cómo atajarlo se limitan a los incendios forestales. Cuando el monte se quema, algo nuestro se quema, pero cuando arde una cortina nadie sabe de quién es. Nos machacan con lo que hay que hacer para evitar los incendios forestales, pero nadie dice una sola palabra de cómo actuar cuando el brasero eléctrico ha prendido las cortinas de salita. Sabemos lo que nos cuestan los incendios forestales al año, pero nadie echa las cuentas de las pérdidas del vecindario por no saber nada del fuego. Si supiera, a estas horas no estaríamos hablando del bloque de Fuencarral, porque habría sido una chamusquina sofocada por el portero con el extintor, en las cerradas puertas del piso de la segunda planta.

En nuestras contradicciones, nos dedicamos a elogiar a los bomberos de Nueva York y a cronometrar el tiempo que los nuestros tardan en llegar a un siniestro, como si en vez de a apagar el fuego fueran a correr una contrarreloj de la Vuelta a España. En lugar de elogiar tanto a los bomberos ajenos y criticar a los propios, pido contra los fuegos domésticos al menos la misma información cívica que contra los incendios forestales.

 


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