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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Ser como Cuenca

Pujol está en Sevilla, estación de partida del tren que hizo de Cataluña la novena provincia andaluza en los años 60 y 70. En su visita "ad limina migrantibus", a la fábrica de catalanes de adopción que fueron los pueblos andaluces, le ha confesado a alguien las claves de la actual estampía en pos del soberanismo. Probablemente lo negará antes de que el gallo cante tres veces, pero el honorable ha dicho:

-- Es que Cataluña no puede ser como Cuenca...

Y quien dice Cataluña, nada digo de Vasconia. Si Hamlet fuera miembro de alguno de los partidos constitucionalistas que se están batiendo el cobre por las libertades en el País Vasco, cogería una de las más de 800 calaveras que nos ha costado este modelo autonómico y diría sobre ella:

-- Ser como Cuenca o no ser como Cuenca, ésa es la cuestión...

Hay quien, a las bravas, dice que todo el problema del miedo y de las libertades en el País Vasco se arreglaría si el Gobierno cometiera el error de suspender las garantías estatutarias para aquellos territorios. Ya es demasiado tarde. Todo esto es el resultado de aquella carrera desenfrenada del sentimiento autonómico del "café para todos" que nos entró a todos los españoles, y sálvese quien pueda, cuando vimos en los inicios de la transición que Cataluña y el País Vasco tenían sus Estatutos, mientras el resto de las regiones seguían siendo regidas desde el Madrid del Gobierno de Suárez. Aquellos polvos del agravio comparativo y su igualitaria solución han traído estos lodos del barrizal del camino del abismo. Antes de la Constitución estaba clarísimo. La oposición al franquismo decía "nacionalidades y regiones" de España. Las nacionalidades sabíamos cuáles eran: las llamadas históricas; las regiones, el resto. En el propio consenso constitucional para que catalanes y vascos volvieran ser lo que fueron, siempre en la revancha de reescribir la historia a partir de 1936, se admitía esta diferencia, a fin de que el resto de España fuéramos sólo regiones. Al cambio, Cuenca. (Y que conste que nada tengo contra Cuenca: mi madre era de allí.)

Hasta los que defendimos más ardientemente en su día la plena autonomía para nuestras tierras debemos reconocer el error: olvidamos que había en España quien no podía admitir aquel igualitarismo autonómico. Cuantas más competencias tenían, ¿qué digo yo?, Murcia o Cantabria, más imposible era que las nacionalidades históricas se conformaran con ser iguales que las regiones. Vamos, que Cuenca. No advertimos que agotado el moca del "café para todos" podían acabar sirviendo hiel. Aquella carrera en pelo de todos en pos de su máxima autonomía ha traído esta otra peligrosa desbandada de los que como no admiten ser como los demás, niegan sencillamente las libertades a quienes el Estado de las Autonomías les parezca de cine. Como no los dejan ir en primera, descarrilan el tren.


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