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Habla
un buen español con leve acento francés. Se me acerca en una
gasolinera. Se me presenta. Es un licenciado español que vive y
trabaja en Francia desde hace muchos años, y que pasa unos
días en casa de su familia. Se ha traído para que conozcan la
ciudad a unos amigos de allí de Francia. Y está tan
abochornado, que me pide que escriba este artículo, por lo que
a partir de aquí le presto mi pluma y lo dejo hablar:
-- No puede usted imaginarse la vergüenza que estoy pasando
en casa con estos amigos que vienen conmigo. Como suele ocurrir
aquí en España, mi madre tiene puesto el televisor todo el
día. Se sabe perfectamente la hora de todos los programas del
corazón. Hace como una peregrinación por todos ellos, mañana,
tarde y noche. Llego de la calle con mis amigos de enseñarles
los museos y los monumentos, y me encuentro a mi madre
interesadísima en la TV: un señor al que no conocemos de nada
cuenta las veces que se ha acostado con una pelandusca. Ya sabe
usted lo que se desconecta uno de las cosas de España cuando se
vive fuera, pero al ver el interés que hay aquí por este
bochorno colectivo, difícilmente comprendo nada.
Qué vergüenza paso con estos amigos franceses que están en
casa, cuando ven que mi madre se pasa horas y horas enganchada
con estos personajes. Lo más bochornoso es que, ¿cómo se le
explica todo esto a un francés? Porque al ver el interés de mi
madre, lo preguntan. La otra noche salía Carmina Ordóñez, y
preguntaron si era una actriz, o una cantante. Mi madre les
dijo: "No, es una señora particular. Uy, ésta... "
¿Y por qué la sacan? "Porque tiene una vida muy
agitada".
Lo peor, don Antonio, eran los periodistas que la
entrevistaban. Yo he visto en la Televisión Francesa debates
sobre la globalización, sobre las redes del terrorismo
internacional. En ninguno de ellos los periodistas preguntaban
con tanta seriedad y tanta solemnidad como cuando aquí
inquieren a esta señora si se ha acostado con el otro o no. Y
he visto en Francia debates sobre juicios en el Tribunal de La
Haya. En ninguno de ellos estaban tan interesados e informados
los periodistas como en el pleito que por lo visto tiene esta
señora con un antiguo marido. Oyendo esa intensidad, parecía
que nos jugábamos el PIB y el pleno empleo con ese pleito.
Claro que todo esto no fue nada, don Antonio, cuando tuve que
explicarles a los franceses quién era el que salía luego en
otra cadena, y mi madre nos mandaba callar para no perderse ni
palabra de lo que decía: ese tal Dinio. A duras penas conseguí
explicarles quién era Dinio. Lo que no logré explicarles, por
más que me esforcé, es por qué le dedicamos más atención a
Dinio que al mismísimo Fidel Castro que viniera de Cuba.
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