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Por
no tener, no tienen ni una canción de Joaquín Sabina que la
cante María Jiménez, con lo que le gusta a Sabina un perdedor.
Por no tener, no tienen una foto del balcón del Palace, ni de
una escalinata de la Moncloa con la herida del tiempo en todo lo
alto, haciendo más antiguos aún aquellos trajes de las
primeras corbatas del poder, las del ancho nudo, como el que
sacaba Lalo Azcona presentando el telediario. Por no tener, no
tienen ni páginas en los suplementos de la nostalgia, ni libros
en los escaparates de novedades, ni entrevistas en el programa
de Iñaki Gabilondo.
Y como no tienen nada de esto, me demuestran que hoy sí que
se hace verdad el proverbio civil del tango. Veinte años no es
nada especialmente para los que perdieron. Ahora estamos viendo
la otra cara del Desfile de la Victoria de 1939, los libros de
los esclavos de Franco en los trabajos forzados de los campos de
concentración, las exposiciones del destierro como la piedra de
un verso de León Felipe. Pero la otra cara este Desfile de la
Victoria Electoral de 1982 nadie la saca, nadie le dedica ni una
lágrima literaria.
Aprovechando que el río del tiempo del balcón del Palace
pasa por la orilla de la proclamación de Zapatero, se escribe
quizá el bolero de lo que pudo haber sido y no fue, por lo
pronto que rompieron en charranes y dilapidaron el capital de la
ilusión colectiva. Pero no se hace la elegía de los
derrotados. Los conocí aquella noche y muchas noches anteriores
de ruidos de sables. Muchos (¿verdad, Sanz Pastor) dormían con
la pistola amartillada debajo de la almohada. Habían dado un
ejemplo de democracia difícilmente superable. Como no tenían
en su pasado la gorra de Pablo Iglesias, ni el vestido negro de
Dolores Ibarruri, debían demostrar a cada paso que eran de
verdad demócratas. Ellos pusieron los mimbres del cesto, lo que
pasa es que los cestos no pueden contener el agua clara de la
verdad de la Historia, se va entre las varillas. Más que equipo
contendiente, eran árbitros del encuentro. Tan celosos
cumplidores de las reglas del juego fueron, que les dieron en
toda la boca con el reglamento. Estaban convencidos de que la
democracia era el turno de partidos en el poder, y no hicieron
un mal movimiento para que ese principio dejara de encarnarse en
las urnas. No fueron demagogos ni clientelistas. Tan se la
cogían con un papel de fumar, que consiguieron en poco tiempo
tener a todos los enemigos y adversarios en nómina. Y así les
fue.
Hicieron de cine el relevo en el poder, sin que nadie les
diera un Oscar. Cogieron sus papeles y se fueron a sus casas, a
sus despachos, a sus empresas, porque ya eran algo antes de
llegar a la política, y lo siguieron siendo al abandonarla. En
este día de españolísimo Desfile de la Victoria, yo me
acuerdo de los limpios derrotados de la UCD aquel día. Y le
pongo tu nombre, a tu memoria, Jaime García Añoveros.
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