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Si
los árboles no dejan ver el bosque, el azahar suele impedirnos
contemplar la primavera. En las ciudades monumentales andaluzas
eran los conventos y las iglesias las que solían ocupar mayores
extensiones de sus cascos antiguos. En términos comparativos
corrientes, equivalían a varios campos de fútbol la superficie
de los conventos de monjas y frailes, de las capillas, de las
parroquias. El mayor latifundista urbano solía ser la Iglesia.
La Iglesia era como la Casa de Medinaceli o la de Osuna en el
libro de Pascual Carrión, pero en las ciudades. Tan extenso y
rico era el patrimonio de la Iglesia, que no pudieron con él ni
dos desamortizaciones ni un concilio ecuménico que se les
indigestó a muchos curas y a casi todas las curias diocesanas,
como fue el Vaticano II. A la Iglesia la expropiaron primero y
vendió después, en una tercera desamortización ocurrida
durante el siglo XX de la que no se habla. En la provincia de
Sevilla, por ejemplo, el cardenal Bueno Monreal fue casi tan
desamortizador como Mendizábal, e incluso puede hablarse de una
cuarta desamortización, cuyo símbolo fue la venta del
seminario diocesano de San Telmo a la Junta de Andalucía por
parte de Amigo Vallejo.
Aquel inmenso patrimonio monumental era de la Iglesia, sí,
pero también tenía un dueño colectivo: la memoria de los
fieles. Cada generación era heredera de las obras de caridad
que hicieron devotos antiguos, donando fincas a la Iglesia para
construir con sus rentas esas maravillas barrocas, para alzar el
silencio con cipreses de esos atrios conventuales. Cuando en la
guerra civil se quemaron incivilmente tantos conventos e
iglesias era el propio pueblo el que estaba como haciendo una
catarsis de su historia.
Y aquí viene lo que decía al principio: si los árboles no
dejan ver el bosque, el azahar suele impedirnos contemplar la
primavera. Hoy ya no se hacen fundaciones de conventos. Santa
Teresa no podría escribir su "Libro de las
Fundaciones" ni reprochar la larga mano que el demonio
tiene en Sevilla. Ya no hay más fundaciones que las civiles,
que son las que en las ciudades monumentales andaluzas han
ocupado el papel de la Iglesia. Igual que en siglos pasados
mayorazgos y capellanías levantaron aquel patrimonio
monumental, ahora son los dineros de las fundaciones los que
destinan los dineros a mantener en pie y a conservar esos
tesoros artísticos. ¿Cuántos cientos de kilómetros cuadrados
de patrimonio andaluz de la Iglesia han sido restaurados,
revitalizados y reutilizados por las Fundaciones? Si es, como
dicen, por la evasión fiscal, bendita evasión que ha salvado
gran parte de lo que la Iglesia no quiso o no pudo mantener en
pie.
Y quien dice los conventos y los edificios religiosos dice la
arquitectura civil. Lo pensé la otra noche, cuando José Manuel
Lara y Consuelo Piris inauguraban la restaurada Casa de Fabiola.
En el siglo XIX, los futuros marqueses del Pedroso hubieran
dotado a unas monjas para que se hicieran un convento y
levantaran una espadaña en el cielo de Sevilla. En el siglo
XXI, la fundación conventual de los Lara ha sido pagar la
restauración de una casa sevillana importante. Hablando de
Lara, que se dedica a la edición, pensé que éste es el nuevo
Libro de las Fundaciones. Si antes era la fe la que movía
montañas de ladrillos y ejércitos de alarifes, ahora es la
cultura. Pero como el diablo tienta teresianamente con tanta
fuerza en esta tierra, nadie lo suele reconocer. Las
Delegaciones de Urbanismo deberían dar a conocer los cientos de
campos de fútbol de metros cuadros monumentales que han
restaurado las fundaciones y la iniciativa privada.
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