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Cuando
estudiaba Bachillerato y nos enseñaban, más o menos como
ahora, una versión sesgada y al quiebro de la Historia de
España, no comprendía que poco después de 1931, pasados los
fervores tricolores, Ortega y Gasset, que había formado parte
del grupo de intelectuales "Al Servicio de la
República", dijera su famoso "No es esto, no es
esto". Hoy comprendo perfectamente a aquel Ortega del
desengaño. Hoy, 4 de diciembre de 2002, día en que se cumplen
25 años del 4-D, la gran manifestación en que los andaluces,
en todas las capitales de nuestra tierra y en la novena
provincia de la emigración, pedimos nuestra autonomía plena a
la luz cóncava de la mañana de las libertades, me siento con
el mismo arrepentimiento que aquellos intelectuales que trajeron
la República. Es más: aunque de aquel 14 de abril de 1931 en
la Puerta del Sol no tenga más que el recuerdo literario de un
Luis Cernuda del brazo de Vicente Aleixandre sobre un paisaje de
soberanía popular, es como si lo hubiera vivido. Yo viví, e
intensamente, aquella mañana del 4 de diciembre, que fue como
un 14 de abril a la andaluza, con las mismas ilusiones de todo
un pueblo. Nuestros Borbones eran Madrid y el centralismo.
Nuestro Himno de Riego, unas sevillanas: "Andalucía,
guapa, mujer morena,/despierta, que eres libre de tus
cadenas". A nuestras esperanzas de futuro en libertad les
habíamos puesto el color blanco y verde de la vieja bandera
autonomista, que en la cabeza de la manifestación llevaban unos
niños. Uno de ellos era mi hijo Fernando
Burgos Herce.
Yo siento ahora el mismo
desengaño de Ortega, pasados los años, cuando algunos han
convertido aquella bandera de ilusiones en el banderín oficial
del que viven: cuando hemos comprobado que la autonomía no ha
sido el remedio contra los viejos males; cuando el centralismo
de Madrid ha sido simplemente sustituido por el centralismo de
Sevilla y cuando más que autogobierno tenemos una sucursal
cualificada y derrochadoramente presupuestada para que un
partido nacional dirima aquí sus más altos intereses en la
eterna carrera hacia la Moncloa. Siento tener que reconocer que
aquella mañana los andaluces cometimos una temeridad
histórica. No había más sentimiento andaluz que el agravio
comparativo. Los gritos no salían de la identidad, sino del
callo pisado. Queríamos ser igual que catalanes y vascos. Al
final, sobre el papel, sólo sobre el papel, lo fuimos, tras el
referéndum del 28-F. Por Andalucía tuvo que ser rediseñado de
prisa y corriendo el Estado de las Autonomías. Lo que no
sabíamos entonces es que si nosotros queríamos ser como
catalanes y vascos, los catalanes y vascos nunca querrían ser
como nosotros. De aquel roto de Andalucía exigiendo la
autonomía plena surgió el actual descosido de la ruptura del
concepto de Estado. Nosotros queríamos ser nacionalidad
histórica, pero luego 14 autonomías más quisieron ser igual
que Andalucía. Entonces no podíamos comprender lo que ahora
dolorosamente constatamos: que lo que no puede ser, no puede
ser, y además es imposible.
Sobre el 4-D, en El
RedCuadro:
Aquel 4 de diciembre
García Caparrós pone la bandera
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