|  | "Aceitunita
                comía, huesecito fuera", dice el refrán andaluz. Y no
                quiero dejar de echar fuera el huesecito literario de unas
                aceitunas prietas que me comí el otro día en El Arahal y que
                me sigo tomando en casa, pues el padre Ignacio Jiménez
                Sánchez-Dalp me regaló una cajita de ellas, cuando fui al
                pueblo del Marqués de la Peña de los Enamorados (uno de los
                títulos nobiliarios más líricos del Elenco) a por dulces de
                las monjas dominicas y a ver al cura. Cura por cierto que como
                es de los poquitos que están creando afición, merece un
                retrato literario, que dejaré para mejor ocasión. Las aceitunas prietas de El
                Arahal están de suerte. Van a merecer dos elogios, dos, en
                estas páginas, en pocos días. El otro día se lo hizo, y
                cumplido, Antonio García Barbeito, de cuyas palabras tomo la
                descripción etnográfica de la delicia que nos ocupa:
                "Cuando Fran Rodríguez ve mi interés por las aceitunas,
                me hace una promesa: "Hoy te vas de aquí con aceitunas
                prietas". Prietas, cuasi negras, negras. La manzanilla muy
                morada, incluso de la solera del árbol, se extiende una capa en
                una caja, se le echa sal, otra capa de aceitunas, otra vez sal,
                y así, varias tantas de aceitunas y sal. Se coloca encima un
                peso, que la aceituna suelte el alpechín, así durante dos o
                tres semanas, después se ponen a orear un par de días y,
                aunque tengan mal aspecto, que lo tienen, pruébalas. Un
                manjar." Eso de que nadie se vaya de
                allí sin unas aceitunas prietas debe de ser un rito de El
                Arahal, colombroño Barbeito, porque yo también me vine con
                ellas, tras quedar encantado de haberlas conocido sobre los
                manteles del Rincón de Antonio, que de rincón, nada: en todo
                el centro de la mejor cocina popular andaluza. Me vine con las
                más insólitas y exquisitas aceitunas que dan los olivos de
                Minerva de la Bética romana o los siete millones anuales de
                kilos de verdeo de El Arahal. Son aceitunas desecadas, como las
                ciruelas de California que Borges vende caras, caras, caras en
                las tiendas de exquisiteces. O como los carísimos tomatitos
                curados al sol que tanto gustan a los alemanes. No me explico
                cómo en este mundo de modas gastronómicas y de delicias de
                gurmés no se hayan puesto de moda las aceitunas prietas de El
                Arahal. (Sin que con tanta cita arahaleña les quite méritos a
                los otros pueblos de la campiña como Marchena, Puebla de
                Cazalla o Paradas donde también las desecan en salazón). La
                Academia Andaluza de Gastronomía debería promover el
                conocimiento de nuestro secreto mundo de las aceitunas. Porque
                mucho hablar de las variedades de queso de los franceses, pero
                los andaluces no andamos cortos en los modos de aderezar
                aceitunas. Sin salir de la provincia de Sevilla, ahí están las
                gazpacheras de Villamanrique, las rajás de Dos Hermanas, las
                morunas de Morón. Pasa con las aceitunas como con el gazpacho:
                el mejor gazpacho es siempre el que hace la madre; la mejor
                aceituna, la que aliña el suegro a la manera de su pueblo. Pero con la caja de aceitunas
                prietas me traje de El Arahal una duda. Las aceitunas que me
                tomé en el Rincón de Antonio y luego me regaló el párroco de
                La Magdalena, ¿por qué se llaman así, prietas? Me dijeron que
                por prensadas con la piedra y la sal, por "apretadas".
                No lo creo. No creo que sea por la primera acepción de
                "prieto" en el Diccionario, "ajustado, ceñido,
                estrecho, duro, denso", sino gloriosamente por la segunda y
                arcaizante: "Aplícase al color muy oscuro y que casi no se
                distingue del negro". Sería precioso que a las arahaleñas
                aceitunas desecadas, casi en salazón romana de Baelo Claudia,
                las llamasen "prietas" por negras, porque aparte de
                mantener el adjetivo antiguo, nos meterían en la Carrera de
                Indias. En Cuba, a los negrazos les dicen "prietos"
                por no llamarlos negros. Por las mismas, en todas las Antillas
                el café negro, solo, sin leche, es "café prieto".  
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