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Como
los hay ilusos, como dice la cancioncilla que nos está dando
tanto el coñazo en la publicidad de la radio, imaginen que hay
un señor que se compra un billete de lotería, porque ha tenido
una corazonada, o un sueño, y está plenamente convencido de
que le va a tocar el gordo. ¿En qué gastaré tanto dinero?, se
dice. ¿Cómo voy a estar preparado para hacerme inmensamente
rico de golpe?, se pregunta. Eso hay que prepararlo, piensa. Y
como sabe que le va a tocar, como está plenamente convencido de
que le va a tocar, se compra un coche Jaguar, un reloj Rolex de
oro y le regala a su mujer un diamante como la punta del mismo
nombre, esquina a la calle García de Vinuesa.
Llega la hora del sorteo, salen
los números premiados, y nada. A nuestro hombre no le ha tocado
ni la pedrea. Y como tenía tanto convencimiento de que la iba a
tocar, dice a todos sus amigos:
-- Es que los puñeteros niños
de San Ildefonso la tienen tomada conmigo, y aún no se han
enterado de lo preparado que estoy para hacer vida de millonario
cuando saquen mi número de los bombos.
Y dicho y hecho. Se encamina a
la administración de loterías más próxima y no compra esta
segunda vez un billete, sino dos. Ahora, ahora es cuando le va a
tocar. Por lo cual, para que el gordo le llegue perfectamente
preparado y con todos los pertrechos convenientes, se compra un
pedazo de piso en la avenida de la República Argentina, por el
conocido sistema de pago del ya ta veré. Y como un piso
solamente es poco para la inmensa fortuna que le va a tocar, se
compra un pedazo de yate, y un punto de atraque en Puerto Banús,
no alquilado, sino en propiedad, y saca en una agencia de viajes
dos plazas para un crucero que empezará a dar la vuelta al
mundo dos días después del sorteo que lo va a hacer rico
podrido.
Llega el día del sorteo y otra
vez los niños de San Ildefonso con su sandunga de "¡el
cuatro!, ¡el tres!, ¡el cero!, ¡el siete!, ¡el uno!, el
43.071". Y comprueba que no le ha tocado. Y le comenta a
sus amigos, ante el cachondeo general que se traen ya con él:
-- No, eso es la lotera, que me
tiene envidia y no quiere que me haga rico. Verás cómo en el
próximo sorteo sí me toca.
Y se compra no dos billetes,
sino todas las series de un número, ahora sí que le va a
tocar. Y para estar preparado cuando le toque, se compra una
segunda residencia en forma de chalé con quinientos metros de
parcela, piscina, chimenea, bodega, trastero y árboles
frutales, que es lo que tiene todo chalé que se precie, muchos
árboles frutales. Y se compra además un apartamento en
Marbella, frente por frente a su yate de Puerto Banús. Ahora
sí que sí, le dice a todos sus amigos.
Y llega el tercer sorteo, y
nada de nada. Ni la pedrea. Ni una gorda. Todo ha caído por
ahí arriba por el Norte. Nuestro hombre se queda compuesto y
con el trampón que pueden imaginar. Naturalmente que de la
ruina que tiene en todo lo alto sigue culpando a los demás. Y
anuncia a sus amigos que tiene intención de jugar tres números
con todas sus series en el próximo sorteo: el Alcoyano es un
derrotista a su lado.
Moraleja, porque esta fábula,
como Dios manda, tiene su moraleja: no me he inventado nada.
Esta fábula olímpica es lo que ha pasado con Sevilla, que se
ha gastado, además, un dinero que no era suyo, sino cuando
menos del resto de los andaluces, y que no tenía. Lo de Sevilla
no es de piso de correr caballos, ni de chalé, ni de punto de
atraque en Banús. Lo de Sevilla es de Estadio Olímpico sin
Olimpiada y sin pagar. Que eso sí que es gordo. Y no de
lotería precisamente. ¿Nadie pide aquí la dimisión de nadie
por el despilfarro del estadio olímpico que nunca lo será?
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