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En
sus cantes cabía un mundo. Contaba historias que eran como la
invención de otros cien, novela sin papel, realismo mágico
mucho antes de García Márquez. Empezó a cantar en el pescante
de los coches de caballos, Cuesta de las Calesas arriba, hacia
las juergas de la Venta del Matadero. Cuando salía al escenario
vestido de negro, era como un noble de la Corte de los Austrias
que pidiera el fotomatón de un retrato de Velázquez. Se
llamaba Juan Martínez Vilches. Era Pericón en Cádiz. Y con su
saber, dijo un día, sentado en un velador, mientras esperaba un
señorito que lo contratara: "!Qué cerquita está La
Habana y qué lejos Alicante!".
Escriben ahora al revés el
cante del Pericón, y lo oigo con una infinita tristeza, vamos a
escuchar: para el pensamiento único de la corrección
política, qué lejos está La Habana y qué cerca está Bagdad.
Pericón cantaba: "En La Habana hice una muerte/y La Puebla
me sentenció". Fidel Castro, en La Habana, ha hecho no
una, sino tres muertes, sobre miles de muertes desde 1959, y La
Puebla de la intelectualidad no lo ha sentenciado. Mira para
otro lado. O mira para la cabeza de la manifestación contra la
dictadura castrista: si van esos, nosotros no. Por lo visto hay
asesinatos y asesinatos. Los americanos asesinan más que
Castro. Aunque algunos se bajen en marcha porque ven cercano el
final del trayecto, el tranvía del apoyo al castrismo sigue
yendo abarrotado de palmeros y agradadores. Cantan al señorito
de la dictadura que les paga la copla que quieren escuchar, como
Pericón cuando iba en el pescante de los coches de caballos
camino de las juergas.
Ay, qué lejos está La Habana,
donde hay quien tiene que dar la vida por conseguir la libertad.
Qué silencio de los habituales de la protesta en este 25 de
abril de claveles portugueses. ¿Cuándo le llegará a Cuba la
hora de su "Glandola, vila morena"? Los periódicos
traen, en su centenario, el denuesto de José Antonio Primo de
Rivera, que reescribió el "Mein Kampf" de Hitler con
prosa de Ortega y Gasset. Fascismo hispánico, ojú. Pero nadie
dice que Fidel Castro es como José Antonio, pero con palmeras y
mojito, y barba en vez de dos tarros de fijador. Nadie recuerda
que Castro tiene en su mesilla de noche las obras completas de
Primo de Rivera. A José Antonio lo fusilaron en Alicante. Fidel
Castro sigue firmando penas de fusilamiento en La Habana. Pero
sigue sonando la copla del Pericón, y vamos viviendo y ole:
qué lejos está La Habana, qué lejos está Alicante y qué
cerquita está Bagdad para los profesionales del pacifismo...
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