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Para
su programa "El Público" de Canal Sur Radio, me llama
Jesús Vigorra y me pregunta por mi Picasso. No por Pablo Ruiz
Picasso. No por el autor del "Guernica" o de "Las
señoritas de Avignon" o de la calle de Avignó como
puntualizan los puristas. No por Picasso el de la paloma.
Vigorra me pregunta por ese Picasso personal que cada uno tiene.
Por nuestro Picasso. Preguntas que cualquiera puede responder:
que cuándo lo conocí y que quién me lo presentó.
La pena es que a nuestra
generación, digamos la de Mayo del 68, etiqueta roja, Picasso
no nos lo presentó nadie. Cuando protestamos contra las
carencias de los planes de estudio no nos acordamos de las
ausencias de los que seguimos los de generaciones anteriores.
Nosotros los de entonces del 68, que ya no somos evidentemente
los mismos, el Picasso que conocimos de escolares se llamaba
Dalí. No es que Picasso fuese un maldito: es que no existía.
En el desfile de la victoria, la plaza montada de pintor para la
polémica la ocupaba Dalí, los bigotes de Dalí, el "Don
Juan" de Dalí, el Cristo de Dalí. Cuando pintaban
vanguardias, lo más lejos que se llegaba era a Dalí. Un gran
fotógrafo sevillano recién desaparecido, Haretón, quiso un
día innovar los carteles de la Semana Santa con una de sus
obras. ¿Qué hizo, un cartel picassiano? No, un cartel
daliniano: tomó el contrapicado atrevidísimo del Cristo de
Dalí, lo repitió en fotografía con el Crucificado del
Calvario y, ¡hala!, aquí está la modernidad.
Porque de Picasso a lo más que
se llegaba era a la negación daliniana: "Picasso es
comunista; yo tampoco". O a la negación académica. Los
alumnos de Filosofía y Letras teníamos en la clase de Historia
del Arte a un profesor que se mofaba de Picasso desde la
estética del franquismo. Proyectaba la diapositiva de las
mentadas señoritas de la calle o la ciudad de Avignón y
decía: "Aunque no lo parezca, éstas son las señoritas de
Avignon".
Nos dejaron a Picasso en lo
más terrible, en un doble destierro. Picasso era un pintor
francés, un renegado español, comunista por más señas. En la
película de buenos y malos del franquismo, Picasso era el malo
de la cinta que habían hecho protagonizar a Dalí. Lo tuvimos,
por tanto, que descubrir por nosotros mismos, en los años
duros, cuando ver el "Guernica" en el MOMA de Nueva
York con aún Franco en El Pardo era como acudir en
peregrinación al Santiago de las libertades.
Por aquello del caballo blanco
del Guernica, claro.
Caballo en el que ahora, por
nuestra tierra, cabalga la libertad del arte de quien, si acaso
es francés, se trata del mejor pintor francés que nunca nació
en Málaga.
Nos libramos de Madrid
No nos libramos de Madrid en el centralismo ferroviario que les
quita los trenes del Ave a Sevilla para dárselos a Zaragoza y a
Lérida. Pero al menos nos hemos librado esta vez de la campaña
de las autonómicas. Se ha quedado de ellos con ellos y no nos
ha salpicado. No nos han transferido la cuota de tensión y de
violencia, como suele suceder. Si hasta para los madrileños ha
pasado la campaña electoral sin pena ni gloria, imagínense
para los andaluces. Esperemos que la siguiente, la catalana,
también se quede por allí arriba y no descargue tampoco aquí
abajo. Aunque esté produciendo ya frases que nos hacen pensar
inevitablemente en nuestra situación, en esta España donde a
veces los andaluces no les vemos ni la matrícula a los
catalanes, por más que ya no haya placas donde Gerona se
escribe GI. Por ejemplo, una frase de precampaña catalana que
da que pensar. Ha dicho Rajoy acerca de Mas: "Mas dilapida
la herencia de Pujol". Aquí, como Chaves se va a heredar a
sí mismo, no cabe posibilidad de dilapidación alguna de
herencia.
Ni Más ni menos
Hablando de catalanes, en el
Principado hay como saben mucho andaluz. Y un andaluz ha tenido
que ser, seguro, el que le ha sacado la última maldad a Mas,
que ya circula por todos los confidenciales. Dice la maldad:
"Los hay tontos, más tontos, mucho más tontos y
simplemente Mas". Ooooooooooooole. Eso seguro que tiene que
ser ni más ni menos que de un andaluz de Santa Coloma de
Gramanet.
Paso de reptiles
Parece que ya le hemos hecho
caso a Pedro Duque, el que está a bordo del campimplaya
espacial para poder dedicarse a mantener con Aznar la
conversación más tonta que oyó la galaxia, creo que Marte se
puso más colorado todavía con las chorradas que decía el
presidente del Gobierno en una conferencia que nos estaba
costando tantísimo dinero. Si cuesta una fortuna hablar de fijo
a móvil, que luego vienen esos facturones, imagínense con una
estación espacial que está un poquito más allá del cruce de
Las Cabezas. Pedro Duque dijo desde allí arriba que se acabó
el "que inventen ellos" de Unamuno. Y aquí a los de
Medio Ambiente parecía que se lo habían dicho. Pues en la
carretera paisajística de Puebla del Río a Aznalcázar han
inventado una nueva señal de circulación: "Paso de
reptiles". Lagarto, lagarto... Como si hubiera pocos
badenes para los linces, ahora los de los reptiles. (Esperemos
que por esos pasos no circulen los conocidísimos fondos de
reptiles.)
Deuda
No tiene la menor relación con
lo que acabamos de decir, que conste. ¿Pero en qué estaría yo
pensando al escribir estas últimas líneas, que me he acordado
de un titular que venía el otro día en el periódico? ¿Que
cuál era ese titular? Pues uno que ponía: "El PA debe
ocho millones de euros".
Mi corrida picassiana
Ahora que aquí a mano
izquierda queda escrito lo que pienso de nuestro Picasso nuestro
de cada día, dánosle hoy en forma de museo, les revelaré que
antes que en Málaga inventaran la corrida picassiana (que ya
dije que a ver cuándo les toca el turno a las velazqueñas)
hice un día un experimento literario que es una especie de
fiesta a lo Pablo Ruiz y que he recomendado a amigos con la
doble militancia de los toros y la literatura: que releyeran el
"Llanto por Ignacio Sánchez Mejías" de Federico
García Lorca teniendo delante una reproducción del "Guernica".
Lectura que les recomiendo para que lleguen a la profunda duda:
¿es la muerte de los españoles en el ruedo ibérico de la
guerra civil lo que Picasso pinta para el Pabellón de la
República Española en la Exposición de París, obra de José
Luis Sert, o es el recuerdo que Picasso tiene de la lectura de
la inmensa elegía lorqueña? Sin que tengan ahora delante el
"Guernica", quizá les baste el recuerdo. En el cuadro
de la gran metáfora de la guerra civil española están todos
los elementos del "Llanto". Está "la blanca
sábana" que trajo un niño a las cinco en punto de la
tarde. Está la siembra de cristal y níquel donde "ya
luchan la paloma y el leopardo". Vean, vean aquí: "En
las esquinas grupos de silencio". ¿O es García Lorca
quien, adelantándose al tiempo, está describiendo el cuadro en
la muerte del torero? Lo digo por esta estrofa del solemne arte
mayor, "Guernica" puro: "Yo he visto lluvias
grises correr hacia las olas/levantando sus tiernos brazos
acribillados,/para no ser cazadas por la piedra tendida/que
desata sus miembros sin empapar la sangre." Al fin y al
cabo, el "Guernica" es el recuerdo de "una brisa
triste por los olivos" de España manchados de sangre de
torero o soldado.
Picassiano Conde
Y pensando en el
"Llanto" y en aquella lectura picassiana que le hice
un día estaba, cuando recordé también lo que un purista del
toreo me decía el otro día acerca del modo de interpretar la
Tauromaquia que tiene el malagueño Javier Conde. No, no es
Rafael de Paula evolucionado, no es el niño de Julio Aparicio
que pudo haber sido y no fue. Esa inspiración, tan cercana a
otras bellas artes, al Ballet, a la Escultura, a la Pintura, va
por otro lado. Javier Conde no es de Málaga, es de Picasso. Que
es quizá la mejor forma de ser de Málaga. Ese desmayo, esa
ruptura de cánones, el atrevimiento rompedor contra las
proporciones áureas, la suprema improvisación de la
inspiración, son de lo más picassiano. No hace falta que esta
tarde salga Javier Conde en el coso de La Malagueta con un
vestido de torear como el que Picasso diseñó para su compadre
Luis Miguel Dominguín. El hábito no hace el monje. Jesulín,
de goyesco, si es Goya, es por la parte de los desastres. Pero
Javier Conde, aunque se vista de terciopelo Cerro del Aguila y
oro, como Morante de la Puebla, es por sí mismo la estética
picassiana aplicada al toreo.
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